Opinión

Adios a la ‘Aguja de Oro’

Se nos fue María Rosa Salvador, creadora del Premio ‘La Aguja de Oro’, sin hacer ruido, a la chita callando, discretamente, como siempre vivió. Generosa hasta en la muerte, la mujer que durante más de cuarenta años vistió a ‘la creme de la creme’ madrileña y española, se fue como soñó, de un infarto, sin darse cuenta, sin molestar a nadie, tal y como le confesó a la periodista Lola Gavarrón que le gustaría irse. Un deseo que se ha visto cumplido pero que ha dejado perplejos a quienes la queríamos. La muerte siempre llega de forma inesperada, por más que intuyas que pueda hacer acto de presencia en cualquier momento.


A María Rosa la ha matado un infarto, sí, pero ella se fue muriendo poco a poco cuando consciente de que los años no pasan en balde, de que era imposible ya mantener vivo su prestigioso premio, le pasó los trastos al Ministerio de Cultura, cuando la titular era Pilar del Castillo, que de costura sabe mucho. Poco después, se deshizo también de la tienda, de Dafnis, que inauguro en 1965, de la que eran clientas habituales Isabel Preysler, Amalia Amusátegui, Carmina Ordóñez, cuando tuvo que elegir traje para la boda de su hijo Cayetano con Blanca Romero, Nati Abascal, Nieves Alvarez y tantas y tantas señoras de la casi desaparecida jet-set, a las que aconsejaba y mimaba como lo haría una madre.


Para quienes no la conozcan solo decirles que María Rosa fue una emprendedora al traer a Madrid la ropa de los grandes modistos franceses e italianos: Valentino, Cristian Lacroix, Dior, Chanel, convirtiendo así su tienda taller, en un lugar de culto, en el templo del buen gusto que diría Lola Gavarrón, la persona que más cerca ha estado de ella en este último año, ya que estaban preparando un libro sobre la vida y la obra de la famosa creadora, que saldrá en marzo.


Cuenta Lola que cuando la Esfera de los Libros le propuso escribir el libro, ella se encontraba convaleciente de una mastectomía muy dolorosa y María Rosa de una grave neumonía. Las muchas horas de conversación que mantuvieron ayudó a ambas a coger fuerzas y a intercambiar confidencias de mujer que nunca la diseñadora había hecho a nadie, por timidez tal vez, por pudor, por miedo a destapar secretos que seguro se ha llevado con ella, de personas que la quisieron pero que también la defraudaron.


Entre las cualidades que destacaría de Salvador, pondría en primer lugar su perseverancia, su amor al trabajo, su sentido de la amistad.


El secreto de su éxito fue, en una España que vivía de espaldas a la modernidad, sacarle lustro a lo que teníamos pero también acercar a las españolas a lo que añorábamos y que estaba al alcance de la mano de las francesas, de las italianas, de las norteamericanas.



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