Opinión

Los Duques de Lugo

Han pasado diez días desde que se confirmó la noticia de la

separación de los Duques de Lugo. Diez días de angustia para sus dos hijos que no

terminan de comprender la razón por la que no pueden vivir como siempre lo han

hecho, junto a sus padres, a los que quieren sin fisuras. De ahí el interés de Don

Jaime y de Doña Elena por evitar que se conviertan en foco de atención de los

medios, por la repercusión que pueda tener en su vida cotidiana y familiar.

 Lo cierto es que

daba penita verles de la mano de la Infanta a la salida del colegio, al día siguiente

de que se hiciera pública la noticia, con cara de sorpresa por la presencia de

numerosos fotógrafos, redactores y cámaras de televisión, quienes ansiosos por

obtener unas palabras de Doña Elena, no dudaron en preguntarle a gritos por su

nueva situación. Una imagen que me temo se va a repetir mil veces.

 Sabedora de que un

incidente no haría más que agravar la situación, al día siguiente fue Doña Sofía

la encargada de recoger a sus nietos. Una imagen que no ha trascendido por el

respeto que se da a la Reina y porque nadie se hubiera atrevido a preguntarle sobre

un asunto tan privado como es la separación de su primogénita. Pero ni la Reina

puede ir todos los días a buscar a sus nietos, ni creo que esa situación fuera

del agrado de Doña Elena, que intenta por todos los medios dar normalidad a su

nueva vida, en su nuevo domicilio.

 Hay quien piensa

que una separación no se lleva a cabo si no es porque hay una tercera persona.

No me atrevo a hacer pronósticos tratándose de asuntos del corazón, pero creo

que en este caso la convivencia ha sido la causa del distanciamiento de la

pareja. Simplemente se les rompió el amor. ¿Las razones? Las secuelas de la

enfermedad del Duque de Lugo han contribuido mucho a un distanciamiento que se

hizo evidente el pasado verano en Palma de Mallorca, por más que Marichalar

pensase y sigue pensando que puede reconquistar a su mujer. Conseguirlo no sé

si lo va a conseguir, pero él va a poner de su parte todo lo que esté en su

mano. Adora a sus hijos y no quiere vivir alejado de ellos. El que el duque se

haya quedado a vivir en el domicilio familiar, se debe a una decisión de la

propia Infanta, a quien nunca le gustó demasiado el ático duplex que compró su

marido en pleno barrio de Salamanca, después de años viviendo de alquiler, en

el que el Duque había puesto muchas ilusiones porque era el hogar que siempre

quiso tener y que compró con la herencia que recibió de una tía, y quizá porque

ingenuamente creyó que en esa casa encontraría de nuevo una felicidad que se le

escapaba de las manos.

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