Opinión

El papel moderador del Rey Juan Carlos

El próximo 5 de enero el Rey Juan Carlos cumplirá 70 años. Una fecha lo suficientemente importante como para que los medios de comunicación dediquen páginas y más páginas, horas y más horas de radio y televisión, a su vida y obra, en un momento de la historia democrática de nuestro país en que se empiezan a oír voces -pocas- discrepantes que ponen en tela de juicio su labor al frente de la jefatura del Estado.


Por supuesto que cada uno puede pensar lo que quiera sobre si el Rey lo ha hecho bien, mal o regular. Soy de las que cree que será la historia la que se encargue de juzgar sin apasionamientos el papel moderador del Rey, desde mucho antes de su llegada al trono. Porque más importante que hacer esto o aquello, es saber rodearse de las personas capaces de llevar a buen puerto el barco. Aunque su campo de acción era muy limitado en vida de Franco, es público y notorio que fue en esos últimos años de vida del dictador, cuando el Príncipe de España puso las bases de lo que más tarde sería la Transición.


Conseguir que los antiguos diputados a Cortes se inmolaran a plena luz del día y ante las cámaras de televisión, fue sin duda una heroicidad si tenemos en cuenta que el lema del régimen anterior era que todo estaba atado y bien atado. Nombrar a Adolfo Suárez, antiguo secretario general del Movimiento, presidente del Gobierno, fue de un atrevimiento tal que muchos no se le perdonarían jamás.


Fueron años duros para el Rey y para Adolfo, ya que la tarea que tenían por delante era casi una quimera, un sueño, en el que pocos se atrevían a pensar por los muchos inconvenientes que veían en ese camino hacía la democracia. Y vive Dios que hubo momentos en que creímos que todo se venía abajo, por ejemplo: la presentación en sociedad de Carrillo, con peluca y todo; la posterior legalización del Partido Comunista, uno de los escollos más difíciles de resolver. El asesinato por parte de ETA, un día sí y otro también, de guardias civiles, policías, mandos de los tres ejércitos, que hacía irrespirable el ambiente militar, social y político. Y finalmente el golpe del 23 F.


Si como dice el refrán no hay mal que por bien no venga, o cien años dure, el golpe de Tejero, tuvo la virtud de unir a una clase política siempre a la gresca, y dar al Rey la oportunidad de mostrarse ante los españoles, pero sobre todo ante el ejército, como el Jefe Supremo que era. Secuestrados en el Congreso de los Diputados, los representantes del pueblo, fue el Rey quién toma el mando y se presenta ante los españoles como el gran salvador. Una actitud que le valió el respeto tanto de sus amigos como de sus enemigos.


Se podrá decir en su contra que todas esas dificultades, van incluidas en el sueldo, y tienen razón, pero demos al Rey lo que es del Rey, y a los políticos lo que es de los políticos. Al Rey haber sabido lidiar con una izquierda republicana que pronto dejó de serlo por pragmatismo político, y una parte de la derecha que pide a gritos su abdicación. Sólo hay un momento en toda su trayectoria pública que no me ha gustado lo dijo, es cuando mandó callar a Chávez. Soy consciente de que estoy en minoría pero creo que ese día el Rey perdió los papeles. ¿Por qué? Precisamente porque rompió esa imagen moderadora que tan buenos réditos políticos le ha dado, y que creo, es la que debe cultivar, por el bien de la monarquía y de él mismo.


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