Opinión

La selección de Kubala

Las bromas en el trabajo han tenido hoy un tono deportivo. Aunque Diego no consigue aún entender todo, los gestos que acompañan las palabras de los compañeros son universales. Está nervioso, responde con una sonrisa y susurra bajito: “Cabrones, ojalá hoy os metamos cuatro como mínimo”. Sabe que es improbable, dadas las estadísticas. Su casa será el centro de reunión. No faltará bebida ni comida, vino y “bier”, ni la radio española como voz de fondo a las imágenes del televisor alemán. Es 24 de abril de 1976.

En el Vicente Calderón están las selecciones de España y la República Federal Alemana. Es el partido de ida de cuartos de final de clasificación de la Eurocopa. Es un simple partido de fútbol. Pero para todos ellos, dispersados por el país, es algo más. Cuando en el minuto 20 Santillana mete el gol, la alegría es desbordante. Brindan, salen a la ventana, gritan, saludan a los vecinos, ondean sus banderas y se abrazan. Y en los abrazos de ese minuto, en el que retumba el grito de “goooool” del locutor, está el sentimiento de sentirse un ratito de nuevo en la casa que dejaron atrás hace años. Hay aplausos y lágrimas de alegría y de nostalgia;  gritos de “vamos allá” y de “que se enteren los alemanes”. No es odio, ni rabia, ni ganas de destruir, ni de atacar a los que ahora son vecinos, jefes, compañeros o amigos. Tal vez sí sea una sensación de, por un instante, haber vencido a la realidad de ser extranjeros, emigrantes. Tal vez sí que con ese gol y con esos abrazos se sintieran menos huérfanos. Tal vez una victoria hubiese podido ser una dulce e inofensiva venganza contra quienes les señalaban recordándoles que no estaban en su país y les miraban por encima del hombro o directamente no les veían.

Finalmente, los alemanes eliminaron a la selección de Kubala. Los españoles no pudieron salir a la calle para celebrar la victoria. De haber podido ser, ni allí ni aquí, se les hubiera recriminado ese tiempo de felicidad y pocos se hubieran atrevido a acusarlos de peligrosos enemigos públicos.

En 2022, los emigrantes marroquíes han salido a la calle en este país para festejar su victoria y, de paso, recordarse y sentirse parte de esa casa que también tuvieron que dejar atrás. Y eso es lo único que hay que entender. Su alegría es suya y no está construida contra nadie. Los que se han empleado a fondo para mentir, manipular y sembrar más odio deberían ser expulsados del campo de juego. No me gusta el fútbol, pero entiendo que puede ser cura de algunas soledades. Antes y ahora. Y lo que es válido para nosotros también lo debe ser para los otros. Y no hablo sólo de fútbol.

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