Opinión

El infinito en un junco

Mis escasos y sufridos lectores saben bien que yo como escritor (y también como cinéfilo) a menudo en estos artículos me voy por las ramas alegremente y me dedico a hablar o escribir, con su generosa benevolencia por supuesto, de literatura o de cine. Sorry.

Hoy toca literatura. Literatura. Cine. Películas. Teatro. Libros. ¿Por qué atesoramos historias, diálogos, leyendas, sueños, libros? ¿Por qué los leemos y hasta los guardamos en casa o en nuestra memoria con un celo solo comparable al del insufrible Tío Gilito acumulando y protegiendo sus dólares y su oro en aquella gigantesca y absurda caja fuerte con aspecto de castillo o mansión de Hollywood? ¿Por qué?

Como decía Borges: "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de los que me ha sido dado leer".

Pues bien, he leído (perdón, estoy leyendo) un libro que solo puedo describir como una joya por su belleza, por su brillo, por su inteligencia, por su perfección, por su sentido del humor, e incluso por su simpatía. Se titula "El infinito en un junco". Es un ensayo de Irene Vallejo, una jovencísima escritora zaragozana (la llamo jovencísima sólo porque tiene veinte años menos que yo, no por otra cosa ¿eh? no se confundan), que trata sobre la invención del libro en el mundo antiguo, las bibliotecas, la Biblioteca de Alejandría, etc. 

Hacía años que no leía nada tan fascinante. No tengo que recomendar este libro ya que muchas personas con más criterio que yo se han extendido en abundantes elogios sobre él. Y vendrán más pues los merece todos. En realidad si yo tuviera un mínimo de sentido común debería aprovechar esta columna para recomendar mis propios libros y no los de otros, a ver si así me sacaba unos euritos más, pero ya ven: soy incorregible.

Quienes me conocen de cerca, familiares y amigos, saben que en los últimos años leo poco en papel pues a causa de un problema ocular que tuve hace tiempo me cuesta mucho hacerlo. Una maldición para un lector como yo que antes leía libros de seis en seis y ahora me cuesta mucho leer solo uno.

Pero en este libro maravilloso me he zambullido desde el primer capítulo como un saltador suicida que se arroja al vacío desde La Quebrada en México confiando en encontrar el mar salvador al final, como si no me importara perder la razón o tal vez ¿quién sabe? porque quizás esta lectura me la daba, o me la da.

No lo he acabado aún y cuento constantemente con una obsesión casi absurda y enfermiza el número de páginas que me quedan por leer, con la angustia de pensar que dentro de poco llegaré a la última y el libro se acabará, y tendré que cerrarlo y ponerlo en la estantería junto con los demás.

Y entonces me quedaré solo.

"El infinito en un junco". Léanlo ustedes... y sueñen con libros.

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