Opinión

Mentiras

En los noventa, viviendo en Madrid, mi ex y yo hicimos unas cuantas cosas que, viéndolas ahora con perspectiva, resultan muy divertidas. Aprovechando que éramos jóvenes (supongo que guapos, al menos ella sí que lo era y lo sigue siendo) y teníamos pinta de tener pasta, muy bien vestidos, elegantes, etc., nos hicimos pasar por lo que no éramos unas cuantas veces. Por diversión.

Un día fuimos a una de las mejores, más caras y lujosas joyerías de Madrid y montamos una historieta en plan Billy Wilder en la que éramos dos jóvenes que se iban a casar y buscábamos un anillo de boda y otras joyas para el evento. En realidad lo único que queríamos nosotros era informarnos acerca del mundo de los diamantes desde la perspectiva de un joyero/vendedor. 

Todo era mentira por nuestra parte, no pensábamos casarnos y solo queríamos que nos contaran la película de eso, de los diamantes, in situ. Mi ex era entonces una súper redactora de publicidad y yo un premiado director creativo de lo mismo. Solo queríamos divertirnos y pasárnoslo bien.

Nos atendió un chico amabilísimo que tras una breve charla nos pasó a una especie de despacho privado en el que nos mostró anillos, pulseras y pendientes de diamantes espectaculares. Y nos explicó muchas cosas acerca de los diamantes, su producción, su importación, su valor. Por supuesto nosotros no podríamos haber pagado ninguna de aquellas piezas ni en veinte años pero él, ajeno a eso, nos trató como a millonarios, lo que parecíamos. Y aprendimos mucho sobre los diamantes aquella tarde, he de decirlo.

En otra ocasión, esta vez la comedia la llevé a cabo yo solito. Entré en un concesionario de coches de lujo en el barrio de Salamanca y me puse a curiosear un deportivo descapotable que ya ni recuerdo de qué marca era. Entonces una espabilada y guapísima dependienta vino a mí y comenzó a explicarme las maravillas de aquel coche fabuloso. Hasta me abrió la puerta e hizo que me sentara en el asiento del conductor mientras, acodada en la ventanilla se extendía en cómo aquel coche me haría feliz, y me contaba toda clase de curiosidades  acerca del “cochiño”, como su tapicería de piel o el salpicadero de maderas nobles hecho a mano (!). Por un momento llegué a creer, ingenuo de mí, que ella quería ligar conmigo. ¡Ya hace falta ser imbécil! Como dije, era una especie de película de Billy Wilder, pero mala, para colmo.

Por supuesto no llegué a sacar el coche del concesionario en ningún momento. Ni lo encendí. Entonces yo ni siquiera tenía carnet de conducir pero gracias a dios ella, la vendedora, no lo sabía.

 Vivimos de mentiras. Nos alimentamos de mentiras. Mentimos como bellacos constantemente. A veces mentimos por hacer un bien, a veces por aprovecharnos de algo, a veces por hacer daño, y a veces como estas dos que he contado aquí solo por entretenernos. Pero ¿saben qué? sin mentiras... no hay verdades.

Te puede interesar