Opinión

Nadadores

Sergio Heredia, un periodista al que no conozco en persona, escribió hace unas semanas un precioso, breve, emocionante y muy revelador artículo en La Vanguardia que básicamente consistió en una entrevista a Abdulalle Siya, un chaval senegalés de veinte años que llegó a España en una patera, a Canarias, y actualmente vive en Barcelona estudiando, trabajando y esperando y confiando en conseguir por fin sus papeles.

Abdulalle era en su país, Senegal, socorrista y entrenador de natación, al igual que lo era su padre del que aprendió esas cosas. Abdulalle sabe nadar muy bien y de hecho llegó a ser de chaval segundo campeón de natación de África en unos campeonatos continentales en Nigeria. Por eso dice que no tuvo tanto miedo durante el viaje en la patera, al contrario que otros pasajeros incluyendo aparte de más jóvenes varones como él, varias mujeres y algunos niños que la mayoría por supuesto no sabían nadar y con los que compartió aquel viaje. Pero también añade, por si quedaba alguna duda, que aunque no supiera nadar de todas formas se hubiera metido en la patera igualmente.

Yo fui, dentro de mis escasas y torpes posibilidades, bastante buen nadador, uno de los pocos deportes que practiqué. Nunca competitivo, claro que no. Aficionado. Solo era un entretenimiento. Pero en una época tuve buenos amigos, nadadores profesionales, que me enseñaron bastante cosas. Me gustaba y me lo tomaba en serio. Hace tiempo que no voy a una piscina ni a la playa, pero a mis veinte y algo durante varios años estuve nadando dos o tres mil metros diariamente.

La natación es una práctica que te encierra en ti mismo. Estás solo. Y no sientes nada, ni piensas en nada salvo en dar las brazadas mejor, sacar la cabeza y respirar mejor, patear mejor y cuando la línea azul del fondo de la piscina se convierte en un segmento cortado, dar la voltereta, impulsarte en la pared y volver a empezar. Para seguir. Es una técnica que tiene algo muy zen en el sentido más puro de la palabra zen. Tan zen como contar granos de arroz uno a uno con los dedos durante horas y horas sin ningún propósito, hasta que tu mente está en blanco.

Pero Abdulalle sí tenía un propósito: largarse de Senegal y de la pobreza de aquel entorno en que nació y de las nulas perspectivas de futuro que le esperaban, ayudar a su familia no solo económicamente y vivir mejor si era posible él y los suyos. Abdulalle tenía un sueño. Y sigue nadando por ese sueño. Ojalá ese chico consiga veintiocho medallas como Michael Phelps. Yo creo que ya las tiene.

El bonito y emocionante artículo de Sergio Heredia (vayan a leer el original) se cierra con una frase maravillosa de ese chaval, Abdulalle, que debería hacernos pensar en serio sobre qué es esa inmigración y qué significa exactamente. Dice así: “A mis amigos de Senegal siempre les digo, si ves una patera ¡sube!”.

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