Opinión

Las neuras son para el verano

Josep Martí Blanch ha escrito recientemente en La Vanguardia un artículo genial muy divertido que se titula “Los cabreados de la playa”. No tiene desperdicio y recomiendo encarecidamente su lectura.

En él el periodista catalán explora con habilidad e ironía un curioso asunto que nos ocupa todos los años en agosto: el disgusto y enfado de tanto veraneante con toda clase de cosas propias de la playa o relacionadas con los momentos de relax que buscan los afortunados ciudadanos que tienen unos días de descanso en esas vacaciones de arena, sol y mar. Aquí hay enfadados para todos los gustos.

Yo fui muy playero durante años. Ya no. Mi ex y yo solíamos pasar casi veinte días de playa cada verano en Bueu, desde las doce de la mañana hasta la puesta de sol. Según decía ella: “la playa es el espacio más democrático que hay”. 

La frase tiene mucho sentido porque la playa nos hace iguales. Tanto porque estamos todos en pelotas y no cuenta el dinero, ni la posición social, ni la ostentación y tampoco cuentan los michelines ni las arrugas, como porque jugar y arrastrarnos por la arena, chapotear, nadar o bucear en el agua, de alguna forma nos devuelve a nosotros mismos a los elegantes y bellísimos peces o anfibios que fuimos una vez hace millones de años.

Josep María Blanch nos hace reflexionar sin embargo en el hecho de que llegado el verano surgen de entre la arena espontáneamente como champiñones o pulgas de agua y por toda España miles de indignaditos y protestones profesionales. 

Los que no soportan a los perros, los que no soportan a los fumadores, los que no soportan el topless, los que no soportan a los niños de la sombrilla de al lado, los que no soportan a los de las palas, los textiles que no soportan a los nudistas y los nudistas que no soportan a los textiles, los que no soportan los chiringuitos y los que no soportan a los que no soportan los chiringuitos. Aquí cabe todo el mundo, un ejemplar ejercicio de convivencia democrática como tan bien apuntaba mi ex.

La conclusión del articulista catalán, que suscribo, es que el verano hace aparecer a unos personajes de toda índole que en el fondo desearían “convertir la playa en un palco del Liceu” en el que todos son iguales, se comportan igual, se visten igual y se mueven igual.

Pero la playa, gracias a dios y quizá también gracias a los hombres, no es así. Es un vibrante ecosistema diverso y múltiple en el que hasta la parejita de gilipollas que juega a las palas a tu lado y no te deja dormir la siesta, toc-toc, toc-toc, toc-toc, tiene su ¿puto? papel importante.

La playa es una lección magistral de inteligencia política, social, convivencia ciudadana y tolerancia de la que todos deberíamos aprender. Al menos para que nos sirviera de algo una vez acabado el maldito verano.

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