Opinión

Bienvenido, Mr. Marshall

En 1952, con gran éxito de público y crítica, Luís García-Berlanga estrenaba Bienvenido, Míster Marshall, una comedia costumbrista sobre la España de los años cincuenta. Una época en la que el Gobierno de los Estados Unidos ponía en marcha el plan financiero del mismo nombre destinado a reconstruir la Europa occidental de posguerra. Aquella película, basada en la esperanza de los habitantes de un pequeño pueblo patrio de recibir el maná americano, bien pueinterpretarse como una profecía de la deriva de las finanzas públicas y el ansia de todos. La forma en la que nuestros gobernantes han optado por recuperar el ideario keynesiano ha dado lugar a una extraordinaria inflación de planes de rescate, sólo comparable con las expectativas que éstos generan entre los potenciales beneficiarios. No hay administración que no tenga el suyo, ya sea de factura propia o delegado. Ni sector productivo, empresa o contribuyente que no aspire a esta particular pedrea prenavideña de proporciones casi matemáticas: se suman iniciativas y se multiplican las ayudas, pero se dividen entre la población sin atender a criterios de necesidad y eficiencia, con el riesgo más que evidente de incrementar los problemas en lugar de restarlos. La intensidad del deterioro económico reclama, en efecto, el abandono del superávit público Parece inteligente y razonable que el sector público recupere protagonismo y lidere la gestión de la confianza de empresarios y consumidores, en mínimos históricos. La intensidad del deterioro económico reclama, en efecto, el abandono del superávit público. Pero no la exigencia de mantener un mínimo rigor presupuestario; máxime cuando ha quedado bien patente que los recursos son escasos y su utilización entraña riesgos. Además de costes de índole muy diversa, entre los que destaca el coste de oportunidad, o el de perder la oportunidad de buscar el destino más apropiado. En la película de García-Berlanga los norteamericanos pasan de largo sin detenerse en Villar del Río, como una metáfora de lo que su ayuda significó para el desarrollo económico español de entonces. Ilimitadas eran las esperanzas como ahora son los montantes. Pero limitados se antojan los efectos. Porque más presupuesto no significa mejor presupuesto.


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