Opinión

Una de abogados

Hoy toca hacer un poco de patria, me van ustedes a perdonar. Hoy quiero salir en defensa de un colectivo menospreciado. Quiero hablar de los abogados; de esos seres a los que la gente acude para contarles sus problemas con ánimo de que, sí o sí, les encuentren una pronta, eficaz y barata solución. Sin pruebas complementarias ni reposados análisis rebuscando en una biblioteca o en el poso jurisprudencial. El abogado no tiene la ventaja del médico, que puede apoyar su diagnóstico clínico en los resultados de una radiografía o TAC que él mismo prescribirá para asegurar su diagnóstico. No, al abogado se le exige que dé una respuesta inmediata al cliente, y casi siempre lo que éste quiere oír. Si no es así, mal abogado será. Así de ágiles se deben conducir en su profesión. Y sí, son abogados, pero también son asesores matrimoniales, pues no pocas veces tuvieron que ejercer una labor de conciliación entre dos seres que se creían definitivamente irreconciliables. Son juristas, expertos en leyes, pero también son psicólogos, pues en muchas ocasiones su consulta la han convertido en un diván en el que el cliente se desahogaba de sus cuitas y temores ante un problema legal inminente. Deben tener también conocimientos de medicina, arquitectura o contabilidad, o si no, los han de adquirir sobre la marcha, pues hay casos judiciales embebidos de esas materias, y el abogado no puede ser ajeno a tales pericias. Y muchos de ellos forman parte del Turno de Oficio, en donde se plasma la labor más altruista de esa profesión. Si les cuento las penurias de este colectivo, seguramente no me creerían.

Pero los abogados debemos de ser una especie de mosca cojonera para la administración. Solo así se entiende el ninguneo constante al que nos someten desde arriba, restándonos competencias en beneficio de otros colectivos, encareciendo los pleitos con las funestas tasas judiciales, o retrasando meses y meses el pago de la limosna en la que se ha convertido la retribución del turno de oficio. Pero nada, oiga, ahí seguimos, aguantando el chaparrón, sin que nadie haya osado plantear ninguna medida drástica, como sí lo hicieron en cambio médicos y profesores de la enseñanza pública hace algunos meses, como respuesta a los ataques frontales a su profesión. Nosotros empero somos así de lánguidos. Solo cuando un autónomo despotrica en arameo en público por la cuota indecente que ha de pagar a la seguridad social, y por las irrisorias prestaciones que ésta le da a cambio, nos sentimos plenamente identificados. Mal de muchos, consuelo de togados.

Pero faltaba la guinda a tamaña afrenta a nuestra profesión: desde 1 de enero los abogados tenemos que comunicarnos con los juzgados, y éstos con nosotros, de modo telemático, a través de un sistema denominado LEXNET. Un medio que, dicho finamente, es una auténtica mierda. No funciona, se “cuelga”, no ha reducido el papel en los juzgados (ahora se gasta más tóner y folios que antes), no es compatible con todos los sistemas operativos informáticos, está provocando incidencias en todo el territorio nacional; ha obligado a los abogados a convertirse también en informáticos, crea inseguridad jurídica porque el sistema produce errores en la recepción y envío de comunicaciones… Decía el otro día un compañero que ya no nos llega con estudiar un asunto en beneficio del cliente; ahora tenemos que conocer qué tipos de PDF existen, si el escáner lee en OCR, si el documento que se acompaña a la demanda es demasiado “pesado” como para enviarlo por internet…, y rezar para que LEXNET no falle el último día del plazo procesal.

Pero nada, aquí estamos, diciendo que llueve pese a que no paran de mearnos encima. Seguiremos estoicos al pie del cañón, sin mentar siquiera medida alguna de presión. Y es que somos abogados, y aguantamos lo que nos echen, y mucho más.
 

Te puede interesar