Opinión

Calma y responsabilidad

Hay algunos que no piensan bien lo que dicen; aunque la verdad es que prefiero, en todo caso, creer que es así, y que echan la lengua a pacer sin cerciorarse antes de la clase de prado en el que la sacan a pasear libre e irrespetuosa (la lengua). Si ocurre esto, si el disloque y la verborrea de muchos es debido a su estrechez mental, es decir, a que su caletre no da para más, lo suyo es que nos induzcan a compasión, a lástima, y con infinita paciencia les invitemos amablemente a que dejen su sitio a los que lo pueden hacer mejor. O a los que lo pueden hacer, a secas. Si por el contrario sus desatinos y befas son el reflejo de su maldad, de su egoísmo, de su insolidaridad, de su nepotismo, y de su convencimiento de que el resto solo somos borregos que nos dejamos guiar por la cañada que mejor les convenga, entonces urge echarlos cuanto antes, sin paños calientes, sin que duelan prendas, sin que hagamos caso a los que pregonan, con la que está cayendo, que no debe cundir el pánico y piden mesura y cabeza fría a las pobres gentes. 

No sé a ustedes, pero ya me está cansando un poquito (por decirlo suavemente), ese discurso paternalista que clama ahora más que nunca sentido de la responsabilidad y calma en la toma de decisiones. ¿Responsabilidad? ¿La misma que ejercen los que, pese a ser unos trileros, se mantienen en sus puestos porque lo contrario sería, dicen los jetas, un ejercicio de irresponsabilidad? Allá se les atragante la conducta responsable. ¿Calma? ¿Quieren que se mantenga la calma? Supongo que nos piden tranquilidad, que no alcemos la voz, que no despotriquemos contra las instituciones. ¡Calma, por favor, no todos somos iguales! Nos exigen la misma calma y parsimonia con la que se cubren unos a otros las vergüenzas y las bajezas, y se hacen cooperadores necesarios del saqueo de lo público. ¡Calma!, no salgáis a la calle a vociferar; ¡calma!, no alarméis a los vecinos ricos que vienen con las bolsillos llenos, no les digáis que este es un país de dirigentes corruptos; ¡calma!, no saquéis las cosas de quicio, ¿es que no lo veis? Vuestro griterío solo puede demorar la recuperación que ya se atisba a la vuelta de la esquina (justo un mes antes de las próximas elecciones); sí, ya sé, vosotros aún no percibís esos aires nuevos y frescos, pero ahí están, nosotros ya los sentimos, en la cima ya podemos respirar la brisa de los nuevos tiempos; ahora solo hace falta que ese viento favorable se deslice ladera abajo hasta los mismísimos infiernos en los que lleváis sumidos tanto tiempo. Por eso os pedimos un poco más de calma. ¿No veis que la protesta no ha de servir para nada? Protestan los violentos, los alborotadores, los huérfanos de valores, los ácratas, los contrarios al sistema y los desalmados; el resto, la mayoría discreta y razonable, las gentes sensatas que se comportan como dios manda, esa gente no protesta y nunca pierde la calma.

Decía al principio que los diarreicos verbales, o son ignorantes o son unos cabrones. Seamos buenos y optemos por lo primero: a los políticos ignorantes que se quejan de la lentitud de la justicia, les diremos que de ellos depende que aquella sea más ágil. Basta con dotarla de más medios. A los políticos ignorantes que sueltan la coletilla de que colaborarán con la justicia, les diremos, que ¡faltaría más!; lo contrario sería, sencillamente, delinquir. Y al presidente de las Cortes que con desdén descartó que se pudiese pedir cuentas de los viajes a los diputados, aunque estos se fuesen de jarana u orgía romana, a este presidente le diré que ha perdido la sensibilidad y ética, y que es una vergüenza, atendiendo al alto cargo que ocupa. Eso sí, lo digo con suma calma y responsabilidad. Que no se diga.

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