Opinión

Consistorio o cuadrilátero

En el pasado artículo hablaba de los distintos grados de violencia existentes en el futbol de nuestro país. Esta se había llevado a su grado extremo en el enfrentamiento entre dos bandas de ultras que provocó la muerte de un miembro de los Riazor Blues a manos de los neonazis del Frente Atlético. Supondrán como yo que de entre ellos no va a salir ningún lumbreras candidato al premio Nobel. Ni ganas que tendrán de intentarlo. Pero dejando de lado esa sinrazón, también apuntaba otros ejemplos de violencias menos evidentes, menos sangrientas, más socializadas y permitidas, como las que subyacen en declaraciones de presidentes y entrenadores, en gritos y cánticos despectivos de (todas) las aficiones, e incuso en la verborrea disparatada que se oye a veces entre los padres que asisten al partido de sus chavales en edad infantil. Y, al final, la idea en claro que sacábamos era que cuanta más educación menos posibilidades habría de que esa violencia germinase y creciese hasta convertirse en un epidemia fatal. 

Dicho esto, resulta tristemente curioso observar cómo muchos de los que seguramente criticaron ese episodio entre las dos hinchadas radicales, después se comportan como auténticos energúmenos en su faceta profesional, y se convierten en deshonra y vergüenza para sus congéneres. Gente que pierde los papeles de un modo asombroso, sin importarles nada que estén ejerciendo un cargo representativo de la ciudadanía. Pues si bien la conducta del soez, maleducado, o faltón que vocifera e insulta en su puesto de trabajo no trasciende a la opinión pública, sino que su mal ejemplo se queda entre sus cuatro paredes, el responsable público que así se las gasta denigra el puesto de responsabilidad que ocupa y ofende a la ciudadanía que tiempo atrás le cedió su confianza y le encomendó el destino de su pueblo, ciudad o nación.

¿No les merecemos respeto los ciudadanos que les hemos elegido? Concejales del Concello de Ourense: ¿Se dan cuenta de que más bajo no pueden caer? Observar un consistorio municipal convertido en un gallinero, en cuadrilátero para la celebración de peleas de barro entre los miembros de los cuatro partidos que allí tiene representación es una atentica vergüenza, y me pasma además que esto sea ya el modo normal de comportamiento de los que allí se sientan. Son, de verdad, recalcitrantes en sus miserias. ¿Cómo es posible que en la tercera ciudad de Galicia asistamos en cada pleno a esperpento semejante? ¿Por qué hemos de aguantar el oír cómo uno le llama a la otra terrorista, ésta le conteste que es un baboso, a lo que el primero le suelte que es una mamarracha, el de más allá, entretanto, habla de que la otra le produce noxo (asco), el alcalde hable de que está rodeado de alimañas, el que va por libre se encare con todo menda en un tuteo más propio de taberna que de otra cosa, se digan todos entre sí que son gusanos, payasos, patéticos y otras lindezas? Y así pleno tras pleno, en un ejercicio de pura vergüenza colectiva , ocupando unos sillones desde los que han de regir la vida de casi ciento diez mil habitantes. 

¿Pero qué narices les pasa a ustedes, señores concejales del concello de Ourense?¿Qué locura les ha entrado para que pierden de modo tan evidente la educación y la vergüenza?¿De verdad se reconocen cuando repasan las imágenes y parloteo de semejante bufonada? Si así se reconocen, mejor váyanse cuanto antes, pues su sitio es otro; si no, tengan un mínimo de decencia y depongan su actitud bravucona hasta que nuevas caras vengan a limpiar la penosa huella que han dejado en este consistorio municipal. 

¡Qué pena de Concello! ¡Qué triste espectáculo! De verdad.

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