Opinión

Ella todo lo tiene que demostrar

La mujer ya nace en desventaja. Se desangra a sí misma al venir a la vida, abriéndose paso entre sus carnes desgarradas, y en esa pulsión, en ese traumático camino la hija graba en su piel la primera lección de su particular historia: la mujer es la creadora de vida, la madre de toda existencia. Y pese a ello, pese a ser el origen del primer aliento, pese a que el mundo le debe todo a las mujeres, ellas viven en aquél en clara inferioridad. A la mujer, aun hoy, no se le presume nada por el hecho de serlo, más bien al contrario: ha de demostrar que vale, que es competente y eficaz, que se partirá el espinazo en el trabajo cada día, «pese a ser mujer». Con tal hándicap concurre ella a la selección de personal en una empresa. La mujer que opta a un puesto de trabajo ha de aguantar sugerencias o preguntas sobre su vida personal (¿Tienes hijos? ¿Piensas tenerlos? ¿Casada? ¿Divorciada?) que nunca se harían a un hombre, pues a éste no se le supone tan insensato como para dejar el trabajo antes de tiempo para atender al pequeño que se ha puesto enfermo, maldito crío. La mujer que pide a su superior una reducción de jornada para cuidar al hijo es, cómo decirlo, ciertamente irresponsable, poco involucrada en la política corporativa, y entonces se pone en el punto de mira de futuros recortes de personal. «Que se vaya a su casa si quiere cuidar de los hijos; aquí se viene a rendir», dicen de ella algunos en la oficina. Y ella a veces tira la toalla, y cansada de tanta injusticia abandona el trabajo y se va a su casa, de la que algunos dicen que nunca debió salir. 

Y en su hogar la mujer trabaja tanto o más que fuera de ella. Aquí, qué cosas, a ella se le presume, solo por ser mujer, todas las habilidades necesarias: ella sabe planchar, cocinar, limpiar, hacer la colada, organizar la compra, preparar la ropa de los pequeños, ayudarles con los deberes, llevar las cuentas de la casa…, cuadrar todos esos círculos imposibles. Y lo sabe hacer porque, cómo no, es mujer. Siempre disponible. Siempre de guardia, 24 horas al día, 365 días al año. Sin sueldos ni pagas extras, sin pluses de nocturnidad ni de peligrosidad, tan merecido éste si tuvo la mala suerte de estar al lado del malnacido de nulo coraje, lengua soez y mano muy larga. El hombre, en cambio, aún tiene bula en esto del trabajo de casa, se le supone inútil, ventajosamente incapaz. Echa una mano, si se tercia, cuando le queda tiempo y ganas tras su agotadora jornada de trabajo. El amo de casa como tal es un futurible, casi una aporía. En el siglo XXI ayudar en casa es una virtud encomiable del hombre, pero un deber innato de la mujer. Ésa es la gran diferencia, aún tan sangrante, aún tan difícil de erradicar.

Pero ella ha de ganar otras batallas. Se la supone muchas veces, por ser mujer, objeto de deseo incondicionado. Si eres deseada lascivamente, tu silencio ante el agresor equivale a tu aquiescencia, a una invitación tácita para gozar de tu cuerpo. Solo tu resistencia tenaz y prolongada y tus gritos desesperados me convencerán de que estás diciendo NO. Si no es así, venga, no seas estrecha, que esto te va a gustar. Lo hemos visto estos días: la mujer atacada por la manada en Pamplona, puesta en entredicho porque no gritó al ser violada en grupo, porque ¡bah!, iba de fiesta ese día, provocando al personal y buscando farra, y porque tras ser vejada no se tiró de un puente ni se cortó las venas, cosa extraña, pues ya se sabe que la violada es un deshecho que no merece rehacer su vida y se ha de quitar de en medio. Hasta ese punto de violencia (también) hemos llegado. Para algunos no se juzga si fue violada en grupo, sino si ella, por su actos previos y posteriores, realmente se lo buscó. Para qué provocas.

Mientras estos estereotipos perduren, la mujer, no importa su valía, todo lo tendrá que demostrar. 

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