Opinión

Incertidumbres y hábitos

Si se puede tachar de algo a la vida política española surgida tras las elecciones del pasado 20 de diciembre, desde luego no es el de ser un tostón infumable; que tras 39 días no tengamos ni pajolera idea sobre quién va a ser nuestro presidente del Gobierno, a qué pactos naturales o contra natura habrá tenido que llegar para acceder a la presidencia, quiénes podrán ser sus ministros en un consejo, quién sabe si multicolor o multirracial, todo esto tiene al personal y a los medios, como se dice coloquialmente, in albis. Tampoco sabemos si será ésta una legislatura de duración ordinaria, o por el contrario va a ser un mandato corto, un añito, dos a lo sumo, como lo que duran esos matrimonios de parco noviazgo que se dejan llevar por la ilusión de los inicios, y pasada esa corta etapa se miran y se dicen qué carajo pintamos tú y yo juntos. Mejor cada uno por su lado. No es por ti, es por mí. Tampoco nadie, a día de hoy, podría garantizar que no se van a repetir los comicios en dos o tres meses, pues esa posibilidad cobra fuerza por momentos, para alivio de unos, que verían la ocasión de recuperar al electorado perdido, y desesperación de otros, que piensan que si hay otras elecciones se irán al gallinero o al ostracismo. Y aun llamando de nuevo a las urnas al respetable, pocos podrían estar completamente tranquilos. En fin, que cada día que pasa es un sinvivir, y lo que hoy se nos antoja un imposible pacto de gobierno, fruto solo del priapismo mental de unos o de los delirios de grandeza de otros, quizás mañana se nos aparezca como la menos mala de las opciones.

Pero no todo son incertidumbres; pese a las incógnitas de las que hablaba, subsisten también certezas, hábitos incombustibles que este tiempo de tránsito no puede borrar. Así, en plena vorágine de declaraciones pomposas sobre transparencia y honradez, que parece que muchos pugnasen por mostrarse como los más honrados del paraíso, surge el hedor del cortijo del PP valenciano, con sus mordidas, sus cohechos, sus sobrecostes, sus dineros negros. Una corrupción convertida en hábito, sistémica, que convierte en papel mojado, en perorata, todo afán por mostrarse honrado, decente, idóneo para formar gobierno. Luego está el argumentario burdo, insultante, que no tardaron ni un segundo en escupir: somos el partido que más y mejor lucha contra la corrupción (no me lo invento, se ha dicho), o como dijo Rajoy, la corrupción no es de un partido, sino que es algo individual, de personas. Claro que cabe preguntarse, como lo hacía acertadamente Iñaki Gabilondo, cuántos casos individuales de corrupción han de darse dentro de un partido para que se convierta en un problema de ese mismo partido, y no solo del forajido en cuestión. Palabras de Rajoy que suenan inverosímiles, que no se las cree nadie y ponen en solfa su dudosa capacidad y mérito para presidir de nuevo esta nación. Un presidente en funciones con el que nadie quiere hablar, algo tendrá que ver en ello su aciago mandato; un presidente que declina, “por ahora”, someterse a la sesión de investidura, pese a ser el candidato con más escaños en el Congreso, lo que denota cobardía y una lenidad institucional que lo desprestigia ante todos; y un presidente de un partido político que, por primera vez, ha sido imputado por un juez por, presuntamente, haber destruido pruebas esenciales en un proceso penal en el que se dirime si en ese partido había pagos en dinero negro o una contabilidad B. Curioso bagaje para presentarse como el presidente que todos nos merecemos.

Y sin embargo para algunos esto es pura bagatela, y no dudan en echarse al cuello de Pedro Sánchez, haga lo que haga, y lo acusan de ser un irresponsable y el causante de los futuribles males de este país. En cambio lo del PP, cómo decirlo..., es solo un mero cúmulo de casos felizmente aislados.

Te puede interesar