Opinión

La trama apesta

Permítanme unas breves reflexiones y preguntas de difícil respuesta que surgen con ocasión del cortejo de presuntos (sí, digo bien, presuntos, ahí no me pillan, aunque algunos de ellos ya estén condenados en otras causas, como Paco Correa y Pabliño Crespo, éste del PP gallego) delincuentes, corruptores de las instituciones y saqueadores de lo público que están desfilando por los tribunales de este país. Y es que la rabiosa actualidad lo merece. Rabiosa por inminente, pero sobre todo por colérica. ¿O ya nos resbala todo?

¿No es cierto, por desgracia, que asistimos a una asombrosa pérdida de nuestra propia capacidad de asombro? ¿En qué momento pasamos a ese estado catatónico que hace que escuchemos a un personaje relevante —de ésos que van invitados a la boda de la hija de un presidente español, en monasterios majestuosos con asistencia regia y de magnates financieros — relatar ante un juez cómo unos cuantos políticos se conchababan con otros cuantos empresarios para llevarse crudo el pastel de la obra pública a cambio de mordidas que salían del propio precio de la adjudicación, provocando un sobreprecio que lo pagamos todos? ¿Cuándo cesó la vergonzante pérdida de nuestra propia vergüenza al asistir impávidos a tal espectáculo, pese a que este circo nos convierte en uno de los países más corruptos de Europa?

Cuando se escuchan a testigos y acusados decir ante un juez que el PP madrileño y valenciano se benefició de mordidas, dinero negro, contabilidad B y financiación ilícita, ¿qué pasa por la cabeza del votante honrado que confiaba en que sus elegidos fueran personas sin mácula que se dedicasen a solventar sus problemas? ¿Es irremediable esa suerte de resignación maldita que consagra que como todos son ladrones, pues al menos que me roben los míos? Y cuando Rajoy acude a una reunión del Consejo Europeo de la UE y le dicen Mariano, cómo te va, por cierto, qué tal el otro día en la Audiencia Nacional, ya sabemos que fuiste como testigo a declarar en ese macroproceso de corrupción en tu partido, ¿no? Y él puede contestar que no sabía nada del asunto. Pero entonces sus colegas, una de dos, o piensan que él les miente (¡quiá!) o creen que nuestro sistema procesal es tan esperpéntico y los jueces tan malvados, que les da por llamar como testigos a las causas a presidentes de gobierno porque no tienen otra cosa más provechosa que hacer para llegar a la verdad de los hechos. Ya, pueden decir (seguro que lo dirá Rajoy) que una cosa es ser testigo y otra es ser imputado. Faltaría más, pero no sé qué será peor, si tener a un presidente que no se entera (lo juró y perjuró) de lo que pasa en su primera vivienda (Madrid) y en su segunda residencia (Valencia), o a un jefe de gobierno que estaba al tanto y no hizo nada por eso de que quien más quien menos tiene algo que callar.

En todo caso, ¿somos inmunes a tanta grosería política? ¿Damos por bueno tener a un gobierno sostenido por un partido que tiene a todos sus tesoreros imputados, un partido al que le llueven dardos de corrupción por doquier, un partido que acudió a comicios electorales en clara ventaja de medios materiales porque se financió ilegalmente, una partido señalado en una causa judicial como beneficiario de graves conductas delictivas y en otro directamente imputado por haber destruido pruebas relevantes? Cuando Correa, Crespo, el Bigotes, Bárcenas, Marjaliza y otros reconocen el tejemaneje millonario en el PP con dinero negro, ¿se han vuelto todos ellos locos? ¿O lo estamos nosotros por consentirlo?

Y como coda a esta sinfonía fúnebre, piensen que todo puede ir a peor. Alguno promete tirar de la manta, caiga quien caiga. Ocurre sin embargo que nadie cae ni se aparta, y nosotros tampoco empujamos demasiado. O eso parece a la vista de esta peste.

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