Opinión

Esto no es una guerra

Paren esto, por favor. Párenlo. No sé cómo han de hacerlo, ese no es mi cometido, pero cuando ustedes han querido actuar urgentemente en otros casos, así lo hicieron sin tanto remilgo; incluso hubo ocasiones en que no se anduvieron con chiquitas a la hora de invadir territorios, países enteros, en aras de la seguridad, pero sobre todo de la libertad de los pueblos. Sé que ese alegato de la seguridad crea, de entrada, cierta suspicacia y no poco temor, pues blandiendo tal excusa se han cometido crímenes de lesa humanidad. Olvidémonos ahora de la seguridad. Pero, ¿y la libertad? ¿No es de por sí motivo suficiente para intervenir y atajar estos asesinatos en masa? ¿Es que un pueblo tiene que ser menos libre que otro porque sea pobre y viva en una franja olvidada de la mano de Dios, aunque su Hijo, dicen, haya nacido hace unos cuantos siglos tan cerca de esa tierra maldita? Y no hablo de la libertad ampulosa, de esa que resuena en las bocas de los que niegan toda intervención estatal porque así creen garantizar el progreso de los pueblos, cuando en realidad lo único que persiguen y consiguen es una mayor desigualdad entre las naciones. Hablo en cambio de la libertad entendible, de la más básica, de la que tiene o debería tener el niño para poder jugar con un balón en su acera, como tantos hicimos de pequeños en los pueblos, sin sentir pánico al sonido de las sirenas; hablo de la libertad del mismo niño para poder ir a la escuela con su modesto hatillo de libros bajo el brazo, sin mirar a los tejados por si avista al francotirador certero. Hablo también de la libertad de familias enteras reunidas en torno a una mesa para dar gracias al cielo por el pan que están a punto de compartir, cuyo rezo se ve de repente silenciado por el ruido infernal de los cascotes que los han sepultado en su propia casa, convertida al instante en una fosa común. Hablo de la libertad del médico para poder curar en el hospital, y hablo de la del voluntario para poder ayudar; hablo de la libertad de las gentes de Gaza, víctimas de una barbarie que explota delante de nuestras mismas narices, para mayor vergüenza del mundo civilizado. Paren este genocidio.

Pero vendrán discusiones estériles sobre cuáles son las medidas que se van a adoptar, y más niños morirán; se perderá el tiempo redactando borradores de resoluciones de condena por parte de la ONU, que al final no se suscribirán por las grandes potencias, más atentas a sus lobbies internos que al fin de la matanza, y los francotiradores irán añadiendo más muescas a sus culatas; se enzarzarán los líderes en el debate sobre si Hamás es un grupo terrorista o si es un movimiento de resistencia frente al judío opresor, olvidando, mejor dicho obviando, que ni una cosa ni otra justifica el asesinato deliberado e indiscriminado de niños y del resto de la población civil. Y los médicos que tratan de salvar la vida de esos niños, y los voluntarios que tratan de poner a buen recaudo a las familias sin techo, verán destruidos sus hospitales y sus refugios, y ellos mismos verán truncadas sus vidas por la sangre y el horror.

Paren la matanza de Gaza. No es una guerra, los niños que caen muertos no son soldados, y las madres que los lloran no encabezan ejércitos ni tratan de emular a Juana de Arco; las humildes casas que entierran familias enteras no esconden arsenales de armas químicas; paren esta matanza, esto no es una guerra. Párenla y después negocien de verdad la convivencia entre palestinos e israelíes. Pero no olviden que esto no es una guerra. No esperen a que se enarbole la bandera blanca de la paz. Las únicas banderas blancas que se ven son las que cubren los cadáveres de los niños mutilados en las calles.

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