Opinión

No es religión

Qué fácil es matar! Se hace a diario aquí, en las aldeas de nuestros abuelos, o un poco más allá, a orillas del Mediterráneo, pero siempre entre las fronteras del mundo que llamamos civilizado. Abrimos todos los días el periódico y encontramos noticias de mujeres asesinadas a manos de sus maridos, o de aquellos que no aceptan que ya no lo son; leemos que el atracador se ha llevado por delante al dependiente que para defender su mercancía le hizo frente, o al policía que intentó detenerlo; y por estos lares de pequeñas fincas, de leiras poco más grandes que un dormitorio de lujo, el paisano mata a golpe de sacho al vecino que le movió escasos centímetros el marco que deslindaba las tierras de unos y de otros. Así de fácil parece que es matar. 

Y ese marido que se cree herido en su orgullo, ese ladrón que codicia lo ajeno, o ese labrego que defiende la pequeña tierra repartida años atrás en las partijas de los bienes paternos no se movían contaminados por ideología, fanatismo o religión alguna. Eran otros los móviles que llenaron de odio sus entrañas y los impulsaron a sesgar la vida de otros seres, algunos incluso conocidos o queridos por ellos tiempo atrás. 

¡Qué sencillo es para algunos matar! Creemos, usted y yo, que debe de ser casi imposible superar el instante inmediatamente anterior al momento de apretar el gatillo, o de bajar el hacha sobre la cabeza del otro. Pensamos que bastará con mirar a los ojos de la potencial víctima y comprobar la vida que subyace tras su mirada de pavor, para que desaparezca la ira extrema que lleva a asesinar. Y sin embargo hay gente de nuestro entorno, de nuestro mundo, que traspasa esa barrera, que mata y que incluso, si no es apresado, podrá conciliar el sueño sin que la conciencia le atormente las noches sucesivas. Así de sencillo parece que resulta el hecho de matar. 

Todo el mundo occidental está conmocionado por la matanza perpetrada en la sede en París de la revista satírica Charlie Hebdo. Dibujantes y periodistas que habían caricaturizado al profeta Mahoma en viñetas, muertos a tiros a manos de tres fanáticos de la causa del yihadismo, cortados por el patrón de los miembros del Estado Islámico o de Al Qaeda. La primera lectura, la más fácil, es la de ver solo un componente religioso como la espita que dejó salir el odio y los disparos. Y sin embargo, ¿es menos peligroso el ateo que el creyente cuando de desprecio a la vida ajena se trata? Sí, ya sé que los asesinos creían que con su masacre estaban vengando a su profeta Mahoma; no obstante, ¿cómo librarlos de esa ceguera intelectual? ¿Cómo decirles que sus mentes han sido contaminadas por seres que reinterpretan a su gusto textos sagrados, y no son más que vulgares traficantes internacionales de armas? ¿Cómo pensar que el Corán está detrás de esta matanza cuando las comunidades musulmanas no yihadistas se han apresurado a condenar sin fisuras este atentado? ¿No son fanáticos, acaso, los chavales del mundo occidental, hijos de defensores a ultranza de la tenencia libre de armas, que entran en un instituto norteamericano armados hasta los dientes y matan a decenas de compañeros, sin más argumento que el puro instinto asesino? ¿Acaso se maneja en este último supuesto como hipótesis del asesinato múltiple la profesión católica o protestante del criminal? ¿De verdad es relevante la fe, o ausencia de ella, de quien, movido por el odio extremo, degüella a su mujer en la cocina de casa? ¿Es eso religión?

Decía al principio que para muchos puede resultar fácil matar. Lo vemos a diario; si a esa potencial capacidad le añadimos un fanatismo alimentado por unos y otros, tendremos una combinación mortal. Pero no se equivoquen, eso no es religión. Tampoco lo de París.

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