Opinión

Nuevos mesías

Aestas alturas es de sobra conocido el asunto del sinvergüenza Miguel Rosendo, fundador de la secta llamada Orden y mandato de San Miguel Arcángel, en Oia, que se presentaba ante sus adeptos como un nuevo mesías o enviado de Dios, y se las arreglaba de modo artero (para todo hay que tener habilidad en esta vida, incluso para ser un hijoputa redomado) para desplumar de todos los bienes a sus seguidores, trajinarse a sus parientas bajo la razón sublime de que su esperma las purificaría de por vida, y montarse unas saturnales de no te menees en su chalet de lujo, dignas de haber sido inmortalizadas por el gran Stanley Kubrick en una versión enxebre de su inquietante obra “Eyes Wide Shut”. Quizás a usted, como a mí y a otros muchos, le pasme cómo puede haber personas “normales” que caen en semejante engaño, cedan todas sus propiedades y consientan en que violen a sus mujeres bajo la promesa de que así tendrán asegurada la salvación final. Sobre todo porque esto ha pasado, no en un lugar remoto donde los ritos tribales de tintes vudús casi tienen categoría de religión oficial, sino aquí al lado, a escasos kilómetros de la regia villa de Baiona. Claro que ya lo decía hace unos días en este periódico Xabier R. Blanco en su brillante columna: “Cada vez hay menos esperanza en el ser humano. Tragamos con todo y todavía no hemos llegado a la cota de estupidez más alta. Podemos superarnos”. Cómo no compartir esa reflexión.

Algunas víctimas de este trilero parece que se han despertado del celeste sueño y han denunciado esas prácticas. La justicia se ha puesto en marcha, y pronto sabremos más de esta trama y de la impunidad vergonzosa con la que ha actuado hasta hace bien poco esta secta. Pero lo que ahora me interesa es recalcar la credulidad del ser humano, su lenidad intelectual, su afán atávico por agarrase a la esperanza que le inculcan profetas modernos, líderes que se postulan como guías de cuerpos y almas que se dejan arrastrar gustosos por cantos de sirena, deseosos como están de escuchar palabras de redención, de venidas de paraísos y de purificaciones de almas. Gente que debe de estar tan desesperada en este mundo que no duda de charlatanes nigromantes a los que entregan sus propios cuerpos y bienes a cambio de promesas de salvación, como un anticipo del juicio final, para disfrutar, ya de vivos, lo que de ordinario pretendían alcanzar una vez muertos. ¡Qué excelente caldo de cultivo para las estafas lo constituyen las creencias eternas mal entendidas! ¡Cuánto predicador embustero se mueve como pez en el agua entre hábitos y ritos religiosos! Y el ser humano cae una y otra vez en esas redes en pleno siglo XXI. Por tanto, qué gran verdad la que antes destacaba: la estupidez humana aún no ha tocado su techo.

¿Solamente aparecen esos falsos mesías en el esotérico campo de la religión? Qué va. Esta, como refugio de la fe ciega, privada por propia esencia de crítica racional, se presta más a tales enredos. Pero hay otras falsas creencias, hay otras estafas y hay otros gurús que embaucan a pobres incautos, aprovechándose de su ingenuidad. ¿O no se vieron deslumbrados por las palabras amables de los directivos bancarios los pobres pensionistas que compraron participaciones preferentes, y ahora se dan cuenta de que lo han perdido todo? ¿O no cayeron en las redes de los estafadores los que creyeron en la solvencia de Bankia cuando salió a bolsa, y se dieron cuenta después de que sus acciones no valían nada? ¿O también los que aceptan sacrificios económicos a favor del interés general, cuando ese interés, a la postre, solo es el de bancos y mercados?

Miguel Rosendo responderá ante la justicia por sus desmanes. Como debieran hacerlo también esos otros falsos predicadores que han engañado a tanta gente. A gente normal, como usted y como yo.

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