Opinión

¿De verdad no es fútbol?

Dos pandillas de descerebrados, hinchas de dos equipos de fútbol de la liga española, se citan por internet en los aledaños del estadio para liarse a golpes con barras de hierro, botas con puntas de acero, puños americanos y demás armas callejeras. ¿Motivo? Ninguno. O sí, puede que alguno de ellos, al preguntarle por las razones para tal encuentro, te conteste con deje analfabeto que “vamos a darnos de hostias, pringao”. Una de las pandas de macarras es de extrema derecha; el otro grupo de becerros, de extrema izquierda. Claro que estos tipejos no saben nada de historia, ni de ciencias políticas, ni de nada útil; no conocen el origen del fascismo, del nazismo o de los movimientos de ultraizquierda. No tienen ni idea, porque lo único que leen es el Marca, As o Sport. Pero se envalentonan portando esos símbolos, esvásticas, banderas o indumentarias. Se sienten gallitos cuando se lían a golpes, se vuelven peligrosos, siempre bajo el paraguas cobarde del anonimato que ofrece la muchedumbre o manada. 

El otro día sucedió, se dieron hasta en el carnet los ultraizquierda del Depor contra los ultraderecha del Atleti. Y uno de esos tipos, uno de los que estaban en el meollo, se supone que con ganas de dar estopa y de partir caras y piernas, se encontró con una barra enemiga que le destrozó el cráneo y el bazo. Acabó arrojado como escoria al Manzanares, y de ahí partió el viaje que le llevó a la morgue. Punto y final. No era un tranquilo transeúnte que pasaba por allí y de repente se vio envuelto en una refriega mortal; el fallecido a manos del bando contrario era de la banda rival. Un soldado muerto en combate, dirán los suyos, intentando justificar lo injustificable. Pero ocurre que aquí no hay guerras declaradas, causas por las que morir ni soldados caídos en campaña. Solo hay puta locura de gente descerebrada, disfrazada de nuevas juventudes hitlerianas o de guerrilleiros fascistas o totalitarios. Y mucho analfabetismo peligroso. 

Nada más producirse la noticia, muchos dirigentes del mundo del fútbol se apresuraron a decir ¡eh!, nosotros no tenemos nada que ver con esos criminales, eso no es fútbol, nosotros estamos en contra de la violencia en el deporte, ya saben... ¡Qué cinismo! ¿Te acuerdas tú, presidente, cuando en tu campo se enarbolaban banderas nazis y escudos imperiales, y se coreaban cánticos racistas, y tú sonreías en el palco disimuladamente, pensando ay, ay, ay, estos chicos...? ¿Te acuerdas tú, entrenador innoble, cuando calentabas los partidos con declaraciones ofensivas o de desprecio, alimentando el odio al otro solo porque su camiseta es del otro color? ¿Y tú, espectador borrego, que desde la grada gritas hijo de puta al jugador rival, al árbitro, incluso al niño ilusionado por ver en directo a sus jugadores favoritos, y cuyo crimen execrable ha sido solo sentarse a tu lado con una bufanda del equipo contario? Podemos seguir, podemos recordar a esos padres que ya desde que sus hijos son pequeños y juegan en equipos escolares vociferan de modo pavoroso en la grada, abuchean al árbitro y reprenden al hijo que aún no levanta un palmo cuando falla un pase o una ocasión clara de gol, para vergüenza de su propio vástago y del resto de gente civilizada que aún queda por ahí. Y cómo olvidar la culpa de esos periodistas exaltados, que en lugar de hablar berrean en las tertulias posteriores a los partidos en la cumbre, que uno piensa cómo es posible que estos zafios tengan un micrófono y una audiencia fiel. 

Las dos bandas de ultras se liaron a golpes a orillas del Manzanares, y uno de ellos murió. Violencia en grado extremo. Pero su germen, quizás, habría que buscarlo en esas otras violencias consentidas, “civilizadas”. 

No se engañen. Por desgracia, en este país, eso que pasó es fútbol.

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