Opinión

Alhajas escultóricas de Ocaña Martínez en la sala Valente

Es un brindis al sol, y a los sentidos, desde estatua fusiforme que, cual obelisco, divide, azul y plata, como bajo la vidriera cenital como ella, la exposición. A la tripartita sala, trae el gran pintor José Antonio Ocaña Martínez un regalo que, ante todo, se hace a sí mismo, pues es la primera vez que junta la práctica totalidad de las piezas escultóricas que, de medio y pequeño formato, en su mayoría, ha ido haciendo por décadas, y puede así verlas dispuestas en sala, de manera monográfica y temática, desde los materiales. Excepto la China, obra totémica reciente que aquí vemos, realizada en canon grande como el Poseidón, que colgó del techo del vestíbulo del Mº Nacional de Ciencias Naturales en 2016, y el Teseo en el Real Jardín Botánico en 2018, magnas exposiciones en Madrid. Hay aquí, en la J.Á.Valente, más de ciento treinta obras, y una pintura en diálogo con una de ellas. Así, en perspectiva, y con conocimiento dialéctico establece un eje entre la escultura de la zapatilla metálica posada sutilmente sobre  una pirámide marmórea, que me lleva desde la línea del tiempo a los piramidones angulares, como el de la pirámide negra del faraón Amenemhat III. En la pared, el cuadro con zapatillas sobre paralelepípedos facetados y una figura-retrato en el centro, Antonio Gala, poeta y dramaturgo nacido en 1923 y fallecido el pasado mayo... Así se presenta este artista madrileño-miñoto en el espacio municipal de exposiciones eventuales. Piedra a la derecha de la entrada, mármol y bronce a la izquierda, y maderas enfrente, trabajando en alguna pieza dos materiales, destacando el añadido de aguamarinas, zafiros, plata o rubís que engasta en los últimos años su pareja y co-comisaria Elina Vasíleva, quien firma las introducciones del catálogo con el Dr. Limia Gardón, magnífico volumen impreso en Rodi, Ourense. Un proceso, ut aperte loquar, de interacción comunicativa brillante. 

Nacido para la fortuna de la ciudad en la Auria de los años sesenta, de Vicente Risco y las tertulias, del Hotel Roma y los artistiñas Xosé Luís de Dios, Xaime Quessada y Acisclo, con Manolo de Buciños, en el perímetro, y alrededor de Prego y Faílde, ya consagrados y mayores, que así se entiende mejor aquella denominación. Ocaña estudió interno en el Cardenal Cisneros, tiempos de atletismo con Jei Noguerol, paseos de arte con Carlos Vello, música con Daniel Bouzo, clases con Xaquín Lorenzo, gran etnógrafo, y López Cid, poeta y dramaturgo. Otero Pedrayo hablaba en el autobús del Marca, que compartían hasta Tamallancos, donde el futuro artista vivía con sus padres en la casa-cuartel. Aquel José Antonio jovencito acudía a escucharle con sus compañeros en sus conferencias del Orfeón. Luego, amistad con Anxo, Rvdesindvs de Celanova y Xosé Cid. Doctor en Bellas Artes por la Complutense, desarrolló su trabajo como experto en Patrimonio en el CSIC, en la capital del Estado. Aquí amplió estudios en cursos con importantes artistas nacionales, además de estancias en Roma. Expone en Galicia, Italia, y en Ourense desde 1978 con J. Bretaña en el Arqueológico de Ferro Couselo, en el CCMV de la diputación, Galería Visol y Museo Municipal. Un mundo el suyo de inquietudes plásticas y erudita contemplación plasmada con maestría en los diversos tratamientos matéricos.

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