Opinión

Pablo Castañeda, pintura y humor gaditano

Acudo a la Galería de Marisa Marimón para reencontrarme con la pintura de Castañeda (n.1989). Sus nuevas obras sorprenden desde la elaboración temática de su Plan de Escape, título de la muestra. Así cobra sentido el subtítulo, I want to break..., quiero romper..., según el traductor. Me rodea una exposición efectista de hondo aliento técnico, con una exhibición de talento desde la verosimilitud, el pez es un pez, sin serlo pues no huele, y así también en las figuras esféricas, tanto la amarilla pelota de tenis como las diversas piedras, esculpidas y pulidas, negras o naranjas, redondas u ovoides, formas todas que brillan y son la pipa-cachimba de Magritte de Ceci n’est pas une pipe, pues es, son, otra cosa: arte. Desde su realismo hiper, lejos de la Magda Torres que gusta de los reflejos en alguna vajilla metálica de té, el artista andaluz con taller sevillano trata los objetos hasta atrapar su esencia para luego, en un juego expresivo, descontextualizarlos. Procura Castañeda que la luz ilumine las obras por su derecha, al antiguo modo clásico, tan canónico de facultades comme il faut, generando sutiles y oblicuas sombras en diálogo con los planos intermedios y profundos. Es en este contraste donde cobra enteros su decir técnico. Para esta ocasión incluye en varias de sus propuestas elementos de madera entre los que enmarca otros motivos buscando combinar texturas, o a veces sirven de repisas. Estas, a veces, son de cristal, potenciando los reflejos e, incluso, en un rizar el rizo, combina los planos con la superficie del agua en una pecera. Es una densidad de decir cercana al barroquismo, un lujo expresivo.

El encadenamiento de los elementos tiene mucho de lúdico, casual aparente, como flotar en torno a un concepto, mas causal en el fondo pues trata de elaborar micro discursos que cobran sentido tanto en la puesta en escena como en el conjunto que se aprecia en sala. Así los retratos, Garden, Neck o Speech, estos de pequeño formato, que elabora por adicción de láminas irregulares afines a la marmolería con añadidos de carpintería, y otros sorprendentes elementos en los que aparece el juego. Y con él la sonrisa. Así en Factory, en que los productos de la serie son todos asombrosamente distintos, lo que también se halla en títulos sorprendentes como Por la mañana tengo que ir a recoger un papel, sin relación con lo representado, o si, al estilo de aquello del conde de Lautréamont, “bello como el encuentro fortuito de un paraguas con una máquina de coser en una mesa de disección”. En ella flotan burbujas evanescentes, como las pompas de jabón de “los mundos sutiles ingrávidos y gentiles” amados por el gran poeta sevillano Antonio Machado. Hay, en fin, una obra singular a modo de retablo con pequeños cuadros en el banco, desde el concepto del cuadro dentro del cuadro, y sobre ellos una muchacha con rostro-tomate y peinado frugívoro, entre una surrealista composición. El gracejo gaditano de Pablo Castañeda en su Manual de instrucciones para una correcta escapatoria aconseja no hacer caso a la promesa de una vía de escape, para incluir acto seguido, 11. Y con el 11, Mágico González, finalizando con la duodécima, vuelva a la casilla de salida. Glorioso.

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