Opinión

91 años y ni un día

Ayer cumplió 91 años pero no se acuerda ni de un solo día de su larga y trabajada vida. “Usted no está bien de la cabeza”, contestó a la primera felicitación de la mañana. Después diría “estoy muy contenta” y el hijo celebró la felicidad en ese mundo al que no puede acceder, consciente de que la madre contestaría lo mismo si acabase de tropezar con la caja de galletas mientras rebuscaba en la cocina entre cachivaches inservibles para su memoria.

Un mes antes del confinamiento por la pandemia de covid no supo responder el nombre del objeto que enseñaba la mano del neurólogo. Se enfadó por tenerlo atascado en la punta de la lengua, pero a la maestra no le salió la palabra bolígrafo, su herramienta de trabajo durante cuatro décadas en las aulas. Parecía alzhéimer de libro. Los microinfartos cerebrales diagnosticados causaron estragos parecidos. Los recuerdos se le fueron borrando como la lección aprendida antes del examen. Ni siquiera una videollamada desde Canarias del alumno que más travesuras le gastó y más quiso le permitió recordar los años de colegio, aunque le quedó el gesto de aplaudir para reclamar atención como hacía en clase.

Tras la impotencia de los primeros meses, a hijos y nietos no les quedó más consuelo que la resignación ante la nebulosa que se había instalado en los recuerdos de la madre. “Yo no estuve casada ni tuve hijos”, comentaba si le sacaban el tema de la familia. La primera negativa fue encajada con cierto escozor, pero acabaron aceptando la situación hasta poder bromear con sus salidas. El vínculo siempre permanece y a veces precipita conclusiones. “Ésta es de casa, ¿verdad?”, afirmó en una ocasión en la que la nieta se esforzaba en demostrarle que ella era el bebé que aparecía en una foto y la abuela la mujer que la sostenía con orgullo en el regazo dos décadas atrás. “Yo creo que hay cosas de las que se acuerda”, comentó la nieta esperanzada. Pero a dos metros estaba la abuela preguntando en voz baja quién era esa chica que la había ido a visitar y que no se daba prisa por marchar.

Es el ciclo de la vida, acordarte de los que te han precedido y que los que acaban de llegar se acuerden por ti mientras no te has ido y de ti cuando ya no estés

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