Opinión

Esa pregunta al aire

Cuando tocó patear el pasillo del Parlamento de Galicia, la prensa escrita esperaba por sus señorías para hacerle una seña clara al diputado o al conselleiro que se iba a pescar para que minutos después atendiese la llamada de teléfono. Aunque en ocasiones el aviso pudiese parecer una amenaza, se entendía que cada uno sachaba en su tema sin compartir declaraciones y enfoque con la competencia. A los compañeros de la tele y la radio no les quedaba más remedio que sumarse al remolino de las declaraciones porque necesitan imagen y voz,  pero en unos cuantos años de crisis gorda no se recuerda a un periodista salir a la carrera detrás de un político para después decir “no ha querido contestar” tras el lanzamiento de preguntas al aire con la alcachofa alejada de la posible respuesta.

La información política en la televisión se ha “acorazonado”

Será que en Galicia somos diferentes o que sólo Madrid es distinto. El interrogatorio-acoso con plano rodado se lleva cada vez más a la salida y entrada del Congreso, almuerzos informativos o presentaciones de todo tipo que alumbran la vida social del foro. La información política en la televisión se ha “acorazonado”, con la diferencia de que Rociíto podía recorrer el aeropuerto con la boca candada y un careto de haber desayunado un cámara mientras una política como Yolanda Díaz no puede responder con la peineta de Bárcenas aunque esté doblando por el arañazo de una piedra en el riñón. El ejemplo de la vicepresidenta segunda es quizá el más ilustrativo por riquiña y en ocasiones no puede contener la mueca. La proliferación de supuestos informadores que orbitan en la galaxia de la ultradereha ha desmigado la sana pretensión de ser objetivos o al menos intentarlo. Una acreditación no valida el carnet de inquisidor. También por la izquierda la carga intencionada de las preguntas es indisimulable. A veces la respuesta es lo de menos.

La fórmula tira en las televisiones como un cañón desde la crisis financiera de 2008. Un ramillete de tertulianos, según cuota de partido, en un plató interpretando los monosílabos de un representante público conseguidos por un graduado tras cuatro años de universidad, antes eran cinco, salen más baratos que producir cualquier otro contenido para rellenar la parrilla de la mañana o de la tarde. Y esta política se entrega con el papel.

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