Opinión

Todos g(u)ays

Como este chófer de anécdotas no tiene ni un gramo de homófobo ni tampoco es sospechoso de padecer animadversión hacia homosexuales, lesbianas, bisexuales o transexuales, puede permitirse escribir que las banderas del arcoíris colgadas este año durante el día de la celebración del orgullo gay en la balconada de un gran número de instituciones le parece una patochada tan grande como la homofobia. Resulta que ahora todos somos los más 'g(u)ays'.

De repente, como mareas, proyectos en común o movimientos ciudadanos han llegado al gobierno, los que mandan se han sumado a la fiesta con una alegría pasmosa. Hasta destacados dirigentes del PP, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, o el presidente de la Diputación de Ourense, Manuel Baltar, han aprovechado la ocasión de sumarse al festejo. ¿Será por el qué dirán?

La reivindicación tendría sentido y sería plausible en un país como Turquía, en donde se produjo una dura represión policial con tanquetas de agua contra los activistas que reclamaban sus derechos, o en otros países en los que te pueden lapidar por la orientación sexual. Desde hace una década, gracias a un presidente como José Luis Rodríguez Zapatero, en España los homosexuales pueden casarse. Chupó palos del PP por la medida. Mientras Mariano Rajoy recurría en el Tribunal Constitucional la ley, dirigentes populares como José Luis Baltar o Alberto Núñez Feijóo acudieron a la celebración de la boda del concejal de Cultura de Ourense, José Araújo, que ofició el alcalde Manuel Cabezas. La fotografía fue primera en periódicos nacionales y abrió telediarios. Pesó más la relación personal que las siglas.

Una década después, en las instituciones ondeó la bandera del arcoíris como si se tratase de un acto de rebeldía cuando en esta sociedad no hay presidente, por muchos votos que haya cosechado, que se atreva a dar un paso atrás. La contestación sería brutal porque ya no sorprende ni a los capillitas. La peña también se dedicó a inundar sus muros en las redes sociales con el careto debajo del arcoíris, no vaya a ser... La celebración del día del orgullo gay es un negocio fabuloso en ciudades como Madrid. Nada más. O así debería contemplarlo una sociedad que se considere moderna.

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