Opinión

Borboneando


La princesa ya es mayor de edad, ha cumplido dieciocho años vestida de cadete y ha jurado bandera. La chica parece simpática y tiene clase. Como su padre, está aprendiendo de todo un poco porque la especialización y el título ya le fueron concedidos al nacer. Incluso ha estudiado en el extranjero en un colegio de élite, como corresponde a las familias defensoras de la enseñanza privada que se paga con dinero público. Nobleza obliga. Juro, con sinceridad de republicano, que Leonor de Borbón y Ortiz me cae muy bien e, incluso, creo que su nombre es un acierto en estos tiempos de tanta onomástica impropia. Sin embargo no puedo dejar de sentir conmiseración al verla ejerciendo de personaje público. Han sonado las campanas anunciando su hora de proyectarse al pueblo sin escatimar medios.

Este verano, ampliado durante el otoño, hemos recibido un empacho mediático de princesa de Asturias. La hemos visto con agrado en las revistas del corazón, en la redes -especialmente en Instagram y Tik Tok-, en las televisiones y hasta en los periódicos serios sin que haya recibido ningún tipo de rechazo. No lo merecería y eso demuestra que la monarquía borbónica vuelve a asentarse sobre la costumbre como sello tradicional. No importan las experiencias del pasado si el futuro sonríe. Incluso, políticamente, deberíamos verlo como una tranquilizadora pauta de equilibrio para nuestros descendientes más inmediatos. Hasta ahí en lo que corresponde a la aceptación, como mal menor, de una familia que desde Felipe V hasta Juan Carlos I ha dejado un rastro escasamente glorioso en nuestra historia moderna y contemporánea. Quienes hemos vivido el reinado del abuelo llegamos a creer que venía con la inmunidad de un antídoto capaz de librarlo del peso del libro de familia. Nos equivocamos. Al final borboneó jugando las cartas de su tradición. Ahora aceptamos a Felipe VI como un ejecutivo de su tiempo aunque nos resulte estirado y clasista. Poco hábil para manejarse con los problemas de hondura y un tanto asustado, aunque pueda parecer prudencia, frente a los cambios políticos en el tablero de las ideologías. Pero ahí está entre la discreción y el aburrimiento para mantener el cargo y dejar la mejor herencia para Leonor I de España.

¿Reinará la princesa? De momento ha saltado de la adolescencia a mujercita llevando con encanto el encargo. Transmitiendo dulzura y probablemente la timidez de quien debe protegerse en un océano de tiburones. Evidentemente privada de las libertades generacionales que le corresponderían si fuera la hija del mecánico. Una situación que yo no deseo para mi hija de su edad, aunque conlleve otras hipotéticas ventajas. Por ello siento ternura por ella. Y, además porque está siendo preparada para una responsabilidad no escrita en ningún manual de usos.

Y en estos días de defensa a ultranza de la inmovilidad de la Constitución del 78, hasta por los sectores políticos más reaccionarios, no he dejado de pensar en qué sucederá el 31 de octubre cuando Leonor la jure en las Cortes. ¿Suprimirán del texto el misógino título II, artículos 56 y 57, donde por no existir no existe ni el título de Princesa de Asturias? A la hora de la sucesión quizás se agarren al artículo 58, único donde circunstancialmente aparece el concepto de la Reina, para salir del posible atolladero. En puridad Leonor no garantizará su futuro legal con esta Constitución. Así que, amnistías al margen y otros encajes de bolillos, la chica ya es mayor de edad y tenemos otro motivo para reformar la Carta Magna, que ni es de piedra ni es eterna. ¡Feliz cumple, majestad! 

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