Opinión

La foto, la amenaza y el pronóstico

Concluida la investidura del líder del PP, tengo ante mí una foto, una amenaza y un pronóstico. Uno: en la foto Feijóo, Gamarra y Bendodo salen del Congreso. El gallego ha perdido la sonrisa del triunfo, a la riojana se la ve desfondada y al andaluz la amargura le inunda el rostro. Dos: la amenaza la escucho en la boca de Abascal, ex vicepresidente in péctore: ¡El pueblo español se defenderá, luego no vengan lloriqueando! No sé si es un mensaje para sus socios o para los partidos que les han arrebatado la ilusión y el trotar de las banderas cara al sol. Y ahí están sus ínfulas golpistas apuntalando la soledad del PP, como consecuencia de haberles otorgado carta de naturaleza en lugar de fomentar el adecuado cinturón sanitario. Y tres: el pronóstico corre por los mentideros políticos del país. Se avecina una legislatura propia del “Duelo a garrotazos” de Goya, mucho barro, pocas ideas y abundantes mamporros.

Nunca antes una investidura se había utilizado para ungir a un jefe de la oposición, pero ahí queda el fenómeno para extrañeza de la historia. La foto, por tanto, ya pertenece al pasado, Pedro Sánchez está en la línea de salida. El miedo que produce la amenaza de la extrema derecha permanece vivo porque, en tantos años de democracia, aún no hemos ni logrado enterrar al fascismo franquista ni desenterrar a sus víctimas. Y el dolor de los garrotazos dialécticos los vamos a recibir en el alma porque realmente la derecha de Aznar-Feijóo no acepta la derrota de la realidad que la mayoría del pueblo español ha decidido, en ejercicio de la democracia y siguiendo las reglas de la Constitución. Y esta situación es dolorosa por el interés y el peligro permanente de volver a enfrentar a las dos hipotéticas mitades que conforman la España de Goya, sembrada en el siglo diecinueve y rediviva hasta este veintiuno.

Desde las presidencias de Aznar y Mariano Rajoy, la derecha se apuntó a la instauración de la posverdad como método de comunicación política tergiversadora. Ahora no se utiliza el concepto porque el bulo y las fake news han ocupado su campo semántico, pero sigue operando en las filas conservadoras. Y lo palpamos en las jornadas posteriores al ver cómo sobre las cenizas de la derrota tratan de levantar los vientos del triunfo mientras los grupos mediáticos que les secundan han retornado al ejercicio demoscópico para seguir convenciendo a la ciudadanía de que Pedro Sánchez es un perverso cadáver político. Posverdad sobre posverdad. La consecuencia inmediata de esta situación serán cuatro años volviendo a intentar la derogación del sanchismo, unas Cortes a cara de perro, los gobiernos autonómicos del PP bombardeando al gobierno del Estado, el Senado en clave de zancadilla… Todos fomentando la idea de que existe una España que no se habla con la otra mitad. De que el diálogo y los consensos son imposibles desde Caín y Abel. Lamentable, porque esa posverdad global, transmitida a la ciudadanía, es un poderoso germen de violencia ciudadana. Ya lo hemos visto en el AVE de Valladolid. 

Y no valen argumentos cuando dos medias mentiras suman una falsa verdad para quien escucha. El 23J, camino del colegio electoral, coincidí en el bus con un jubilado que me saludó diciendo: “Allá vamos, a derogar a Sánchez”. Hice una pausa antes de preguntarle: ¿A usted en qué le ha perjudicado Sánchez? No contestó pero en el colegio electoral se acercó para confesarme: “He cambiado la papeleta que me dieron en la residencia”. Me alegré de que la posverdad tenga las patas tan cortas. El resultado llegó de noche.

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