Opinión

El gallego y su cuadrilla

Durante el puente de la Inmaculada-Constitución-78 me fui de boda a Llerena en tren, mi transporte preferido, y en uno de los largos trayectos en AVE coincidí frente a frente, mesa de por medio, con una pareja de mediana edad, entre cincuenta y sesenta años, muy cabreada contra Pedro Sánchez por ese manido asunto de la amnistía y otros cuentos de miedo. Entablamos conversación sin puyas como debe hacerse entre personas civilizadas, aunque esto no quiera decir cultas y educadas. Sin tirar de sarcasmo les pedí tres razones para odiar al presidente del Gobierno. Sólo fueron capaces de articular dos lugares comunes y acabaron contradiciéndose entre marido y mujer con mis tramposas ironías y documentadas razones. Me dieron ganas de inmortalizarlos como personajes de un cuento sobre la realidad de esta España político-manipulada que estamos viviendo, va para dos décadas y media, de la nueva historia de desencuentros, de conmigo o contra mí. Y es que ya es hora de subir de la baja política a la gloria literaria que han practicado plumas afiladas como Quevedo, Larra, Pradera, Umbral o el Cela puntual de los años cuarenta, retratando a este país del garrote y tente tieso o del palo y la zanahoria.

Mis compañeros de viaje, Madrid-Sevilla, prejubilados de banca con un magnífico pasar, hipoteca pagada e hijos con carrera y trabajo, viven la indignación del no sé por qué el país va muy mal. Y les parece que tipos de cartón piedra como Abascal, hijo político de la dictadura, tienen razón al acusar de tirano a Sánchez y desear verlo colgado por los pies como sucedió con Mussolini, un claro referente de la derecha fascista. Y están dispuestos a aplaudir a un antisistema como Ignacio Garriga cuando proclama la necesidad de “aniquilar físicamente al contrario”. Y se sorprenden de que por fin el PSOE decida llevar ante los tribunales de Justicia a estos peligrosos individuos, quienes de ostentar el poder mayoritario no dudarían en ilegalizar a quienes hablaran de ellos en esos mismos términos. Ya digo, retratos que escaparían al humor, desenfado y crueldad de los “apuntes carpetovetónicos” que en 1949 nos dejó CJC en el libro de narraciones “El gallego y su cuadrilla”.

Y a la vuelta del viaje me esperaba la primera puesta de largo de la toma en consideración de la ley de amnistía, que pasó por el Parlamento sin pena para la coalición gubernamental ni gloria para la oposición teatral de las derechas. Escuchando el debate tuve la sensación de que el asunto se les desinfla a PP y Vox en la barra del bar. La afluencia a las manifestaciones ha decaído y los argumentos tropiezan, como esperaba Sánchez, con la desidia de la realidad. Y a la vuelta de la esquina Feijóo subió al escenario a su nueva cuadrilla -Tellado, Gamarra, González Pons, Álvarez de Toledo, Bravo y Ester Muñoz-, en el estreno del primer control al Gobierno. Y patinaron uno a una. Y es que salir al ruedo con la lanza en ristre cuando el PP viene cargado con una pesada mochila de conflictos internos, tropiezos judiciales y connivencias con la extrema derecha no parece la mejor estrategia, aunque con ello pretendan seguir sembrando el descontento en la ciudadanía poco avisada y peor educada políticamente. A esa masa votante que ellos consideran estúpida y que probablemente lo sea en realidad.

El gallego de Ourense y su cuadrilla han vuelto a fallar en el intento de arrebatar protagonismo a Vox, los de Abascal siempre les superarán en el insulto y la zancadilla. Y así dejan desasistido el centro para Sánchez, quien en el arte de fraguar estrategias demuestra superar a Feijóo con creces.

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