Opinión

Nostalgias franquistas

Desde Jorge Manrique a nuestros días, cualquier tiempo pasado es un buen condumio para el bocadillo de las nostalgias. ¿Quién del siglo pasado no recuerda aquellos gloriosos guateques bailando la yenka o arrimando la cebolleta con Adamo de fondo? Tendríamos diecisiete años y en el tocadiscos sonaba “con mis manos en tu cintura” cuando la guardia civil irrumpió en mi casa y nos puso contra la pared por hacer una “reunión (de cumpleaños) ilegal”. Allanamiento de morada, abusos de autoridad, expedientes, multas… ¡Qué gran recuerdo juvenil!

Rozando los años setenta. Madrid. Metro de Argüelles. El último tren que no llega. Andenes solitarios. Despedida de la colega. Un beso de tornillo. Una mano sobre el hombro. Se rompe el romanticismo. Un insulto a mis melenas. Un grito que me condena… No era la voz de Luis Eduardo Aute no, sino la Policía Social que me detenía por “alteración del orden”, me llevaba al TOP (Tribunal de Orden Público) de la Puerta del Sol por sospechoso, comunista, inmoral… ya había tocado el piano y estaba fichado con anterioridad. Sopapos y “cante la Traviata, cante”. ¡Qué gloriosa batalla a las puertas de la mili obligatoria!

Cuatro años más tarde “Esperpento, teatro joven” estrenó mi obra “El vendedor”. La censura la dejó pasar mutilando, entre otras lindezas, el pasaje donde el protagonista se declara en huelga y “el policía le pega con la porra”. Tacharon “con la porra” y dejaron la protesta, la declaración de huelga ilegal. ¡Milagro! El público se levantaba enfervorecido aplaudiendo a rabiar. Sin embargo la policía social y un Gobernador Civil subsanaron el error del oscuro censor y prohibieron el espectáculo. ¡Qué gran literatura aquella!

No sumo ni sigo porque la nostalgia se me escapa o se me anula ahora que aún puedo leer en paz los artículos de la nueva, represiva, reactiva, arbitraria y falsa Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana. El viento ha dado la vuelta en esta esquina postrera del gobierno de Rajoy, dispuesto a devolvernos al pasado glorioso de los 25 años de paz, por el imperio hacia Dios y la letra con sangre entra (en la casa del pobre). Mis hijos y nietos ya tienen la gran oportunidad de revivir las glorias de los ríos que van a dar a la mar de los cacheos injustificados, de las reuniones y protestas criminalizadas, de la justicia amansada por la administración política, la innecesaria libertad de comunicación… ¡Guarde el teléfono o le rompo la cara! –podrá decir Jorge Fernández Díaz-. ¡La calle es mía! –a Don Manuel lo han hecho más demócrata-. La nostalgia, como las comparaciones, acaba siendo odiosa. Fin de la cita, la yenka ha vuelto. Bailen.

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