Opinión

Réquiem por Podemos

Cuando Pablo Iglesias Turrión se sentó en el Consejo de Ministros, en todos los campanarios de España empezaron a sonar toques de difuntos. El conquistador del cielo se conformaba con una silla para él y un par más para sus compañeras fieles. Todo un hito. El Movimiento 15M acababa de ser absorbido por el sistema. A quienes dijimos que ese conformismo acabaría con la revolución de las plazas, y además nos alegrábamos, se nos tildó de bipartidistas nostálgicos, cuando menos. Guardo todo un repertorio de perlas recolectadas entre las almejas de la redes de entonces. Ya no hace al caso pedirles ninguna rectificación porque los toques de difuntos, al despedirse de sus ministerios las dos representantes de Podemos, es tan ensordecedor que solo resta rezar un réquiem por el partido venido a este mundo con el objetivo de cambiar la vida política del siglo XXI.

El gran pecado de Pablo Iglesias es la vanidad, inoculado a su núcleo más cercano en la organización. Un liderazgo vanidoso produce este tipo de monstruos semejantes a Saturno. El de Iglesias lo ha sido y, disfrazado de Cronos, ha pretendido mantenerse cultivándolo en la sombra hasta este presente en el que Podemos no tiene más espigas para cosechar que cinco escaños en el Parlamento español, ni un alcalde, ni un concejal, ni un presidente de Diputación… El poder actual de su partido es inversamente proporcional al ejercicio de su vanidosa soberbia. Y de no ser por la plataforma de Sumar habrían desaparecido de todos los órganos políticos, se diga lo que se diga en los foros donde aún les dan algún cuartelillo. Ha servido, eso sí, para crear una conciencia de izquierdas más allá del PSOE que sigue viva en una sociedad más joven y con ello ha propiciado la resurrección de IU que, en definitiva, es el sustento principal y coherente de las ideas de Yolanda Díaz.

¿Qué le queda a Podemos en la mochila? Francamente sólo aire. Y lo vamos a ver si finalmente se presentan a las elecciones europeas del próximo año con lista propia. En el mejor de los casos podrán conseguir un parlamentario si el propio Iglesias encabeza la propuesta. En el peor ha de sucederles como aconteció en las elecciones madrileñas a la alcaldía y a la asamblea autonómica. Cero representantes. Y lo sufriremos a la hora de las votaciones en el Congreso de los Diputados si optan por la estrategia de la confrontación para hacerse notar ante la ciudadanía. Resultará penoso escuchar sus propuestas para abstenerse y de este modo poner en aprietos al Gobierno de Sánchez. Será patético verlos unir sus votos a los de PP y Vox para conseguir titulares de prensa. Si entran en razón y siguen el carril que marque Sumar, la absorción de los cinco o cuatro o tres o dos de los escaños por la organización de Yolanda Díaz rematará siendo lo más razonable para la convivencia de la izquierda y la jubilación definitiva del campanero que está tocando los tañidos de duelo.

Es cierto que un segundo gran pecado político de Podemos ha sido la falta de madurez en la gestión. La experiencia de asaltar el cielo sin saber cómo gestionar las nubes, las corrientes de aire, las tormentas, los días de sol… les ha llevado al caos interno y externo. El ejemplo más patético lo han dado las ministras Ione Belarra e Irene Montero en su despedida gritando: “Sánchez nos echa del Gobierno” como si de un acto de desahucio se tratara, como si los ministerios fueran sus casas por derecho propio. Semejante inmadurez ha hundido cuanto de bueno han generado sus gestiones. Llegados a este punto sólo resta rezar el réquiem final.

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