HISTORIA DE ROMA

Cinco grandes entre dos monstruos

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photo_camera Escultura de Trajano.

El siglo I finalizó en Roma con la muerte de Domiciano, un auténtico psicópata y último representante de la Dinastía Flavia.

Domiciano era hijo de Vespasiano y su reinado estuvo presidido por la crueldad y la locura. Finalmente asesinado, el Senado lo declaró enemigo del Estado. De la anarquía nacida al final del siglo I emergió un gran hombre, Nerva, quien puso cordura y fijó las condiciones para que el siglo II fuera no sólo del máximo apogeo militar de Roma, sino de la civilización: hasta al menos 1.300 años después no se alcanzaría semejante nivel en arquitectura, ciencia y paz social. Los cinco emperadores buenos, como los llamó la Historia, trataron de combinar el trono con los principios de la filosofía y del buen gobernante. Nerva nombró sucesor a Trajano, natural de Hispania, quien fijaría las fronteras más extensas del Imperio.

Llevó las águilas hasta la actual Rumania, que conquistó, y se fijó como objetivo emular a Alejandro Magno. Casi lo logra: Roma logró la anexión del Imperio Parto, rival histórico en poderío, y convirtió lo que hoy es Irak y parte de Irán en provincias. También extendió el “limes” norte hasta Escocia. Roma era respetada en toda Europa, hasta el punto de que varios pueblos pidieron su integración. Después de Trajano, su pariente hispano Adriano, quien tendría que renunciar a parte de las conquistas a cambio de asegurar la paz interior y la estabilidad.

Lo consiguió con un reinado presidido por su interés por aplicar principios de la escuela estoica. Quizá lo más famoso de su gobierno sean dos obras claves: el Muro de Adriano, que dejó fuera Escocia del Imperio –y que en realidad era una parte de una muralla defensiva que se extendía por el Rhin y el Danubio- y su mausoleo de Roma. Su mayor fracaso fue su amante masculino, que murió en el Nilo. El culto Adriano fue autor de la brevísima y maravillosa poesía “Animula vagula blandula” sobre el sentido de la vida. 


Le siguió quizá el mejor de los romanos, Antonino, quien por su condición humana, fue bautizado como “´Pío”, y considerado el ideal del gobernante. Fueron 23 años de absoluta tranquilidad, con Roma como potencia pacífica y  las fronteras aseguradas. Restituyó el papel del Senado en la toma de decisiones y la tolerancia religiosa. Se le llamó la Edad de Oro de Roma. Aunque se critica su política exterior, mantuvo la paz e incluso construyó una nueva muralla en Escocia, unos 100 kilómetros al norte del muro de Adriano. Remató la faena confirmando como sucesor a Marco Aurelio, a quien ya había designado Adriano. Marco Aurelio fue un gran filósofo, pero también guerrero. En su tiempo, de nuevo los reinos vecinos pidieron anexionarse al Imperio, lo que en algunos casos concedió, como en las orillas del Mar Negro.

También se convenció de que la frontera tendría que fijarse en el Elba, como en tiempos de Augusto, y puso en marcha una nueva campaña en Germania que no pudo culminar por su muerte. Ya estaba el país ocupado y las águilas habían conquistado a los pueblos germanos aunque con enormes dificultades. Cometió un terrible error: decidió nombrar como heredero a su hijo, como había hecho Vespasiano con el brutal Domiciano. Los anteriores habían optado por elegir al más adecuado antes que los lazos familiares. Así llegó al trono imperial Comodo con 19 años.

Lo primero que hizo fue dejar Germania sin conquistar, lo que tendría consecuencias nefastas, y volver a Roma a divertirse y actuar como gladiador, convirtiéndose en un sangriento paranoico. No murió en la arena, sino por su familia, cuando el Imperio se resquebrajaba, dejando abierta una guerra civil imparable. También fue declarado enemigo del Estado. Roma todavía aguantaría casi 300 años más por pura inercia, pero en un declive imparable, vencida por sus propias contradicciones.

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