PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Antonio Ordóñez y las cenizas de Orson Welles

En torno al pozo de la finca "El recreo de San Cayetano".
photo_camera En torno al pozo de la finca "El recreo de San Cayetano".

Era una delicia escuchar las mil anécdotas que había acumulado a lo largo de su vida. Me refiero a Antonio Ordoñez, el torero más literario de España

Era una delicia hablar con él, mejor dicho escuchar las mil anécdotas que había acumulado a lo largo de su intensa vida. Me refiero a Antonio Ordoñez, el torero más literario de España como le proclamaron de distinta manera, Orson Welles y Ernest Hemingway. Una semana durante  tres o cuatro veranos nos vimos con cierta asiduidad en Ronda, normalmente con Carlos Reigosa que esté donde esté sigue empeñado en que Gabriel García Márquez  tuvo una abuela gallega. Es tal su fe en esa verdad indemostrable que lo convirtió en axioma de su universo literario y cualquier día se la encuentra. 

Pongo un punto y aparte porque ahora voy a hablar de algo distinto. Durante unos cinco o seis años, una semana de julio, dirigimos, coordinamos o participamos como ponentes en los Cursos de Verano de la Universidad de Málaga en Ronda. El torero Antonio Ordoñez coordinaba, casi siempre en la misma semana, unos estudios y análisis sobre la tauromaquia y su proyección cultural, no solo en España sino también hacia el mundo a través de personajes eminentes como Orson Welles, Ernest Hemingway y otros. Al terminar los cursos de la tarde, en ocasiones Antonio Ordóñez nos invitaba a merendar en su maravillosa finca “El recreo de San Cayetano”.  El nombre se debe a que la compró su padre, el también famoso y controvertido torero Cayetano Ordoñez, "Niño de la Palma".

El primer día que visitamos “El recreo de San Cayetano” nos sorprendió el historiado brocal de un pozo ciego coronado de plantas verdes. En una cara del pozo indicaba que allí estaban depositadas las cenizas de Orson Welles y en la otra cara una dedicatoria decía: “Al maestro de maestros”. El genial director cinematográfico había pronunciado esta frase sobre el brocal del pozo donde  srían enterradas sus cenizas, varios años antes: “Un hombre no pertenece al lugar donde nació sino donde escoge morir”. Esta frase tiene muchos matices, está cargada de una larga filosofía vital y en ese caso había que decir: un hombre no pertenece al lugar donde nació sino donde escoge vivir, y de ahí se deriva el morir que da más sentido a la frase de Welles. Un día de principios de 1987, Antonio Ordoñez recibió una llamada desde los Ángeles.

Era Beatriz, la hija de Orson Welles con un mensaje inesperado. Orson había muerto allí hacía dos años, Antonio Ordoñez ya había llorado y rezado por él, era muy creyente, y ya lo tenía depositado en la memoria donde guardaba el recuerdo de los seres queridos, porque en el fondo vivir también es recordar. Beatriz le informó de que su padre en el testamento había manifestado la voluntad de que sus cenizas reposaran en Ronda, en la finca “El recreo de San Cayetano” de su admirado Antonio Ordoñez. Hasta entonces las había guardado Beatriz en su clínica de Belleza en los Ángeles, tal vez porque no había leído esa parte del testamento. Ocurre a veces. Antonio Ordoñez recibió encantado la noticia y desde entonces empezó a pensar donde las situaría. No quería esparcirlas por la finca y que las llevase el viento a otro destino. Quería tenerlas como referencia en un lugar concreto, para retirarse de vez en cuando a hablar con él o enseñárselas a las visitas. Sería un símbolo del cortijo y ¡Menudo símbolo! Uno de los grandes genios que ha producido el cine y la vitalidad humana. Nadie devorada con tanta fruición como él los chuletones de buey. Fue un gran gozador de la vida. 

No había sitio mejor que el pozo seco, de esa forma se llenaría de aquella desmesurada humanidad (150 kilos) aunque fuera con las ligeras cenizas de la muerte. El entierro se fijo para el 7 de mayo de 1987, querían que se celebrara en un acto íntimo tanto Beatriz como Antonio.  Y así se hizo, aunque también querían que quedara registrado para la historia el fúnebre momento. De eso se encargaron las cámaras de 20 periodistas gráficos y tres de televisión. También estuvieron presentes el alcalde de Ronda, el cura que se encargo de recitar los salmos que hablan de la esperanza en la vida futura, además de unos pocos familiares y amigos íntimos.

Beatriz vestida de negro riguroso sacó la arqueta con las cenizas, se acercó Antonio Ordoñez para sostenerla, la besaron emocionados ambos y se le llenaron los ojos de lágrimas y la memoria de recuerdos. Ordoñez echó en el pozo una palada de arena recogida en la plaza de toros de Ronda, después el alcalde echó otra de tierra normal y dos periodistas le siguieron, querían que tuviera la presencia de la prensa tan bien retratada por él en Ciudadano Kane, una de las mejores películas que se han rodado sobre el amarillismo informativo.  Para no darle al viaje solamente un contenido triste, Beatriz se casó al día siguiente con el canadiense Christopher Schmidt en la capilla de la Virgen de los Reyes en la catedral sevillana. Antonio Ordoñez fue el padrino.

Invitado por Ordóñez fueron varias las tardes que pasé en torno al pozo con las cenizas de Orson Welles, pero recuerdo particularmente una en la que estaban Francisco Tomás y Valiente, presidente del Tribunal Constitucional, asesinado por ETA unos meses después; Pedro Crespo de Lara, secretario General de AEDE ( asociación de editores de diario españoles) y Carlos Reigosa, director de Información de la Agencia Efe y secretario del curso que se estaba desarrollando, en el que yo ejercía como director. Hablamos de toros y de la pasión de Orson Welles y Ernest Hemingway por la fiesta, del amor-odio que ambos mantuvieron a causa de los extraños celos que sentían disputándose la amistad y cercanía a Ordoñez.

Hemingway tuvo un trágico fin suicidándose en Ketchum, la fría ciudad del estado de  Idaho. Orson entró en sus últimos años en una decadencia triste, de la que nos empezó a dejar señales la noche de los Oscar de 1971, en la que fue galardonado con el Oscar especial por su contribución al cine. En su discurso de agradecimiento dejó estas ideas: “Ahora no soy más que un árbol de Navidad cuyas raíces han muerto. Las pequeñas agujas de mis ramas se van cayendo poco a poco y cada vez es más difícil reemplazarlas.” 

Las charlas en aquella tertulia iban y venían sobre el toreo y sus circunstancias, me di cuenta de que Francisco Tomás y Valiente sabía mucho de toros aparte de ser buen aficionado. Sobrevolando temas no podía faltar el miedo, el sentimiento del miedo tan incrustado en el hemisferio taurino. Abundan los toreros, los grandes sobre todo, que tienen muchas cicatrices de costuras por toda su anatomía y de ahí el miedo. Esas cicatrices, decía Ordoñez, aparte de tenerlas en la piel, las tienes en la mente en donde se va acumulando el miedo. 

- ¿Cuántas tienes tú?, le preguntó Tomás y Valiente.
- Unas veinte. De distinta factura, algunas me dejaron muy tocado y pudieron llevarme hasta la muerte. Un toro puede con un tigre y lo lógico es que pueda con un hombre.
- ¿Cuál ha sido el verano más peligroso de tu vida?
- in duda el verano del 59. No sé como sobrevivimos a ese verano.

Fue el año de la gran rivalidad entre Luis Miguel Dominguín y su cuñado Antonio Ordoñez. Hasta ese año habían toreado muy poco juntos. Domingo Dominguín hermano mayor y apoderado de Luis Miguel tuvo la idea de montar la temporada haciendo que ambos la programaran toreando en un desafío mano a mano. Les seguiría Hemingway por todas las plazas para contar la hazaña en una serie de artículos para la revista Life, cobrando un precio astronómico,  fue la serie mejor pagada hasta entonces a un periodista. Alquilaron una avioneta para trasladarse todos juntos de una plaza a otra. Era una avioneta frágil, no se sabía si era más peligroso volar que torear. La publicación de aquel duelo taurino, bajo el título de “Verano Sangriento” tuvo un enorme éxito. Se acusó al autor de ser tendencioso volcándose sobre las maravillosas faenas de Ordoñez.
Pero Ronda no solo es toreo, ni literatura taurina. Es el espacio de la lírica mas depurada como demostró Rainer Maria Rilke los tres meses que vivió allí en 1912. En el frío invierno. Se hospedó en el hotel Reina Victoria siendo un incansable paseante por la villa y sus alrededores. La describió así: “La localidad muy española encaramada del modo más fantástico y grandioso a una montaña. Y reunida sobre dos enormes verticales moles de roca que corta el angosto y profundo tajo".

Un día con Tomás y Valiente fuimos a peregrinar por los lugares de Rilke: a la habitación que ocupó en el Hotel Reina Victoria, por las antiguas calles, al parque donde se levanta su estatua, a la sima desde la que se ve el estrecho Tajo al fondo, al borde de una pendiente inverosímil a donde dicen  acuden bastantes desesperados a poner fin a sus días. Hay quien sostiene  que para mirar una cosa, Rilke cerraba los ojos. Era para sentirla después de verla. Rilke era un viajero inquieto, buscaba la soledad para hundirse más profundamente en la tristeza. Llegó a Ronda, una ciudad en el futuro sin futuro, procedente de Toledo, una ciudad atractiva  únicamente para los profetas. Sobre Ronda dejó un cumulo de adjetivos. Lean: mágica, antigua, extraña, atormentada, inquieta, insegura. No me extraña lo de insegura, en aquella época por la serranía de Ronda había muchos bandoleros. Ahí escribió una de las elegías a Duino, creo que la sexta.

La mañana del 14 de febrero Tomás y Valiente estaba trabajando en su despacho de la Universidad Autónoma de Madrid, se abrió violentamente la puerta y unos pistoleros de Eta le asesinaron a tiros. A las pocas horas me llamó Antonio Ordóñez, me llamaba para desahogarse porque no sabía qué hacer. Yo tampoco. Lo hicimos los dos clamando contra la barbarie. 

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