Crónica

El abandono convierte a O Polvorín en un polvorín

Los vecinos, hartos de la situación, advierten del alto riesgo de incendio: “Hay fincas que llevan ocho años abandonadas, y las administraciones saben perfectamente quiénes son los dueños”

El abandono institucional se ceba con el barrio de O Polvorín, y algunos de sus caminos, como la rúa das Laxas, acumulan obstáculos día a día. A las hierbas que crecen salvajes desde el interior de las fincas e invaden desde hace años el espacio público, se suman ahora los escombros de una casa que acaba de derrumbarse.  Una de las vecinas, Cristina Vázquez, puntualiza además que esta vía es empleada a diario tanto por estudiantes del CEIP A Farixa como por empleados y residentes de centros de mayores y de atención a la dependencia. Fueron precisamente las dificultades para pasar al otro lado de estas personas, algunas de ellas en silla de ruedas, lo que motivó a un vecino solidario a emplear varias horas para echar a un lado los escombros, que continúan en la vía. 

Y desde la asociación vecinal advierten del alto riesgo de incendio. “En uno de los últimos, tardaron medio día en apagar el fuego y una bombera fue herida por las llamas. Y ya hace años ardió una casa y murió un hombre. Vivían en ella dos hermanos. El otro se salvó de milagro”, recuerdan. La situación es compleja, puesto que buena parte de los terrenos pertenecen a compañías importantes y fondos de inversión difíciles de localizar, como en el caso de la última vivienda derrumbada. “Con los contratistas no se meten, y hay fincas que llevan ocho años sin limpiar. Las administraciones saben de sobra quiénes son los dueños por las referencias catastrales”, critican desde la asociación, conscientes de la presencia de más edificaciones de piedra a punto de derrumbarse junto al camino, así como del peligro que esto conlleva.

En la zona “urbana” del barrio, la accesibilidad apenas mejora. La escasez de pasos de cebra y aceras obliga a personas ancianas y en silla de ruedas a cruzar por el medio de la calle, mientras sus cuidadores dirigen el tráfico para que puedan pasar al otro lado. Hasta las paradas de autobús dejan una imagen calamitosa: “Son dos tubos pegados con celofán junto a los que la gente se achicharra al sol y se moja cuando llueve”, critica Rafael García, presidente de la asociación de vecinos. También son comunes los robos, con ladrones que se llevan hasta los letreros de las calles, y el botellón en las casas abandonadas. Una de ellas fue sede constante de estas prácticas durante la pandemia hasta su derrumbe hace apenas unos meses.  

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