Obituario | Augusto Valencia, con él se va una era

Aún paseaba su señorío por esta Auria ayer mismo. Con Augusto se nos va uno de los últimos señores que la ciudad tuvo. De Augusto Valencia podría decirse mucho de lo ya dicho, para ser contenido en una que siempre será breve nota de su pasaje entre nosotros. Me llamó la atención de rapaz cuando iba yo a rendir al pater familias mis lecciones con algunos hermanos a la misma redacción del periódico, ver a Augusto Valencia, un bien plantado mozo que exudaba eso que extravertismo se llama o más bien simpatía en este caso. Bajaba menos de una centena de metros desde las oficinas de la agencia Proa, que lo era para conductores y otras diligencias, hasta la redacción de este periódico donde departía con los que entonces estaban en un primer piso hirviente en humareda por los pitillos de todos, con Vicente Risco infatigable en el arte de encenderlos, o mejor, de permanecer largo tiempo con la colilla en la comisura, acodado en una mesa donde le costaba manuscribir sus Horas, por elevada, donde solo la cabeza emergía semitapada por el reposado sombrero, y sus gafas de culo de vaso, o donde Gimeno alternaba algún café en La Mejicana, o Huete su laboriosidad extendiendo la tira de noticias del hell; Alejandrito primo atendiendo los deportes y el fútbol de la Unión Deportiva Orensana, rematando muchas de sus crónicas con un “las espadas están en alto”, o Guede ejerciendo, con su probada diplomacia, de redactor jefe, o el director R. Outeiriño metido en su despacho con su "Márgenes", y expandiéndose por la redacción. Con todos departía Valencia, previo paso por la librería donde echaba unas parrafadas con el entonces gerente Alejandro Outeiriño en un intercambio de agudezas, a cada cual más diestro. Por entonces Augusto, un muchacho de fácil trato y muy dispuesto, que aportaba noticias de la calle donde nada se le escapaba en su calidad de profesor de conductores o de gestor de ajenos negocios. Augusto Valencia fue un hombre comprometido con sus ideas, de esos de arriesgar mucho sin provecho alguno. Fue de entre los que se encerrarían en la Catedral con el grupo de los que protestaban contra el régimen imperante en un ayuno o encierro de varios días. Su valentía política en aquellos tiempos fue notoria por la exposición a ser represaliado, porque detenido en comisaría sí que lo fue, no una sino varias veces. En todo cenáculo que se preciase estaba Augusto y en las tertulias, también, donde aportaba su finura y agudo sentido de la realidad y de la política del momento. Formaba parte de las tertulias del poeta Antón Tovar coincidiendo con Carlos Vázquez, de Tanco, Manolo Peña Rey… Augusto era ese caballero que lucía su palmito, con su inseparable sombrero como un rescate de las costumbres de aquellos prohombres de café y tertulias, y así se le recuerda en sus tiempos de activo en el desaparecido Ateneo. Su amistad con los por Risco llamados "artistiñas" fue más que legendaria, estrecha, sobre todo con el pintor Xaime Quessada, del que llegaría ser a modo de marchante de su arte pictórico, aunque alguna desavenencia con el pintor tendría porque hombres de carácter los dos, que vecinos devendrían en Paradela, allá por las alturas de Vilar de Astrés a la que idos a vivir para tener, acaso, una visión más elevada de una ciudad a la que consideraban la Atenas de Galicia, por rimbombante que pareciese. Con Augusto se nos va uno de los últimos caballeros de sombrero, porte e inteligencia, como se nos fue Castro con su pajarita, aunque alguno queda de ella y capa para rememoración de pretéritos tiempos, que olvidados no deben ser, como Augusto Valencia con el que tuvimos menos trato del esperado, con quien era tan condescendiente y proclive a él, el hombre de la sonrisa inteligente, al que calificarse podría de el antiplasta por antonomasia. Valencia era de uno de esos inmortales, no por la edad si no por lo que aportaba de distinción y señorío y también singularidad que no le haría figurar jamás en la grey de los que balán y del amén y así sea. Su larga vida fue la muestra.