Obituario | Juan Gómez Randulfe, estimado profesional y amante marido

Juan José Gómez Randulfe
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Si por los pacientes la humanidad es tan apreciada como el saber, aquella era una de las virtudes de Gómez Randulfe; él sabía, en su diario contacto con los enfermos, cómo tratarlos psicológicamente y en ellos se volcaba

Cuando atisbaba un siglo de vida se nos fue Juan Gómez Randulfe, al que si quisiera clasificar, daría la más alta nota por lo que a mi atañe, pues ejerciendo de aún joven médico, tuvo el saber de diagnosticar a mi padre de un grave problema de salud cuando otros compañeros médicos divagaban sobre qué tipo de enfermedad le aquejaba, salvándole con un preciso diagnóstico ordenando una evacuación de urgencia a Santiago donde el catedrático y cirujano Puente Castro le operó con éxito en su sanatorio.

El doctor Gómez Randulfe, nacido aquí y de una orensanidad probada, porque además ejerció toda su vida entre nosotros; de él se recuerda aquello que repetía de continuo: “No hay enfermedades sino enfermos”, como señalando que además de la enfermedad debe tratarse al enfermo con cariño, y así fue su trayectoria derrochando humanidad.

Gómez Randulfe fue tan aventajado estudiante de Medicina en la Facultad de Santiago que lo que no fuese una nota alta, incluidas matrículas de honor, no cuadraba en su expediente dado su nivel de autoexigencia. Aún tuvo tiempo, luego de hacer la especialidad de digestivo en hospitales de Madrid y Santander, de cursar Magisterio y Psicología; fue cuando se estableció como profesional acreditado con clínica en la calle del Progreso que pasados unos años trasladaría a la de la Concordia, al mismo tiempo que alternaba con varios cometidos en el área sanitaria y educacional públicos, en una carrera médica en la que lo más destacado, amén de su saber, era la proximidad con la que trataba a sus pacientes, además del poco valor que se atribuía a sí mismo. Sus hijos oyen todavía por ahí de mucha gente que su padre les salvó la vida, como a mi la de mi padre, repetiría yo.

De él, una anécdota, cuando a pesar de su mucho trabajo, al que se sumaba el de una numerosa familia, decidió hacer el Doctorado. Los amigos le daban la enhorabuena por la que creían tesis de uno de sus hijos, él contestaba : “Soy yo el que hizo el Doctorado”, que fue elaborando ya casi atisbando la jubilación, palabra desconocida, porque aun en edad provecta seguía ejerciendo la médica profesión. Otra la cuenta su hijo Santiago al que más de uno paraba para decirle: “Usted no me conoce pero su padre me salvó la vida”.

La muerte de su muy querida esposa Marita, maestra ejerciente en varias escuelas, la madre de sus siete hijos, la pasión de su vida, a la que idolatraba y ponía como ejemplo de madre y esposa amantísima, le dejaría un infinito pesar.

Si por los pacientes la humanidad es tan apreciada como el saber, aquella era una de las virtudes de Gómez Randulfe; él sabía, en su diario contacto con los enfermos, cómo tratarlos psicológicamente y en ellos se volcaba.

Por esto su recuerdo permanecerá no solo entre sus hijos, Santiago, Juan (+), José, Susana, Igor, Marcos y Miguel y el entorno familiar de parientes, si no también entre los que le trataron y los que fueron sus pacientes aun sobrevivientes que no cesan en loas a tal médico que tanto uso hizo de sus saberes como de su humanidad.

Hombres como el doctor Randulfe serán recordados, si mucho por el ejercicio de la profesión, no menos por su entrega a todos los que con él trato tuvieron.

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