Los ourensanos tienen 879 millones más en el banco desde la pandemia

El ahorrador ourensano emula al clásico: “En tiempos de tribulaciones, mejor no hacer mudanza”. En tiempos de convulsión económica donde mejor está el dinero es inmovilizado. O eso cree, en contra de los manuales. Durante el covid, con las actividades económicas paralizadas, las posibilidades de gasto también se vieron afectadas. Desde el 2019, año anterior a la declaración del estado de alarma, hasta finalizar el 2021 los ahorros depositados en las entidades financieras en la provincia crecieron en 879 millones de euros. Los últimos datos del Banco de España certifican que el ahorro a 31 de diciembre del ejercicio pasado sumaba 9.325 millones de euros frente a los 8.456 de finales del 2019. En relación al 2020 el aumento fue de 217 millones: 9.108 antes, 9.325 ahora. Sin duda la cantidad será mayor porque el Banco de España “no contabiliza los depósitos de la banca electrónica”, como detalla en su estadística. Si se realiza una división simple, cada ourensano (incluidos los que no tienen depósitos bancarios, como los niños) tendría algo más de 30.000 euros en el banco. Nada de lo que ocurre en Ourense sorprende a los analistas. Isabel Iglesias Arce, planificadora de finanzas, alude a que la alta tasa de ahorro “es nuestra pauta de comportamiento”. De todas formas, la inmovilización del dinero atora la economía y, además, como observa Iglesias Arce, “lo malo de este ahorro es que con las tasas de inflación actuales una parte importante de este ahorro se va a perder sin darnos cuenta”. El economista David Martínez coincide en el análisis: “El dinero no fluye y ello genera un aumento de inflación debido a la falta de moneda en circulación, que debe ser emitida por los estados”. A su vez, “podría dar origen a una estanflación”; es decir, crecimiento de la inflación y también del desempleo. Aprecia que la incertidumbre económica aconseja al ahorrador medio “mantener posiciones de liquidez que le permitan afrontar los riesgos monetarios que puedan estar por venir”. Varios motivos Alberto Vaquero, profesor de Economía Aplicada de la Facultad de Empresariales de Ourense ve varios motivos que explican las cifras. El primero, relacionado con la edad, “puesto que a medida que se cumplen años, aumenta la necesidad de tener un colchón, por lo que pueda pasar”, aunque no tengan rentabilidad. “Y Ourense es una provincia muy envejecida, no lo olvidemos”, añade Vaquero. El segundo motivo es “la incertidumbre económica , de ahí que la componente de precaución en la demanda de dinero cobre mayor intensidad”. Y, finalmente, “las escasas oportunidades no financieras que ofrece Ourense”. Es decir, en otros territorios los ahorradores “optan por invertir en empresas, en Ourense parece que no”. La inmovilización del dinero, tan consustancial al ahorrador medio ourensano, se perpetúa en el banco “aunque se trate de depósitos poco remunerados”, indica el economista David Martínez. Lo que prima, a juzgar por la opinión de los consultados, es que la tasa de ahorro se incrementa como valor seguro “ante las amenazas que se presentan cada día”. Con ser importante, el volumen de depósitos de Ourense es el menor de Galicia. Con 9.325 millones de euros depositados en las entidades financieras, queda por debajo de los 9.768 de Lugo, los 21.462 de Pontevedra o los 31.104 de A Coruña. El dinero ingresado en las entidades financieras en la provincia representa el 13% del total gallego, que alcanza los 71.661 millones de euros. LA CONCESIÓN DE CRÉDITOS HACE EL CAMINO INVERSO La concesión de créditos es el reverso de la moneda y en este caso la cifra disminuye. El Banco de España certifica 3.139 millones de euros en préstamos al finalizar el año 2021, mientras que un año antes (el de la pandemia) la cifra era de 3.287 millones. Alberto Vaquero, profesor de Empresariales, señala que “el tejido productivo no acude de la misma forma que en otras provincias”. Considera que, “a pesar de los todavía bajos tipos de interés, no hay un deseo por endeudarse”. La incertidumbre “por lo que pueda pasar, retrasa decisiones que supongan una petición de fondos”. “Esto puede provocar cierta ralentización, que no es buena para la economía”, indica Vaquero.