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El otro Paraíso

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photo_camera Mítico local de la plaza de la Herrería

Al fin y al cabo, los que como yo nacimos en los sesenta muchas cosas tuvimos que ir descubriéndolas por nuestros propios medios, y en muchas ocasiones nos hacíamos una idea “poco aproximada” de la realidad.

Al fin y al cabo, los que como yo nacimos en los sesenta muchas cosas tuvimos que ir descubriéndolas por nuestros propios medios, y en muchas ocasiones nos hacíamos una idea “poco aproximada” de la realidad. Hoy, fruto del paso de los años, y más que nada de las confidencias y anécdotas que me han contado muchos de mis amigos “de edad”, en algunos temas la visión ha cambiado radicalmente.

Un ejemplo eran las actividades que se concentraban en la histórica calle del Villar, la plaza de la Herrería, la prolongación de Cervantes (creo que en un tiempo se llamo rúa do Vergal) y la multicultural Pelayo, durante mi tierna infancia -zonas prohibidas-, donde el pecado, la maldad y las malas costumbres reinaban a sus anchas (entiéndase la frase como dicha en aquellos tiempos). Llegando a los 14, recuerdo que con frecuencia y haciendo gala de ese espíritu “valiente” y transgresor propio de la edad sustituíamos el paso por la calle de Colón (igual de antigua pero mucho más “casta”), hacia el colegio en el Posío por una escapada al “infierno”.

Allí, con más miedo y vergüenza que otra cosa; a modo de “prueba de sangre”, entrabamos en uno de los bares a pedir cacahuetes y de paso a echar un vistazo. Como es lógico, a esas horas (serían las tres de la tarde) por allí solo andaba la señora de la limpieza que nos corría con la fregona; aunque en ocasiones estaba la dueña, quien amablemente nos daba los cacahuetes, pipas o caramelos (si no recuerdo mal era en un local que estaba en el callejón de Cervantes y había que bajar unas escaleras).

Con el paso del tiempo, y como os decía más que nada gracias a mis “viejos” amigos, el concepto ha cambiado sustancialmente. Desde luego que no se puede esconder que el trasfondo casi siempre era de necesidades y penuria, pero también es cierto que mucha de la gente que por allí se movía intentaba llevarlo con la mayor dignidad posible, y lo conseguía.

Eran tiempos en los que las mujeres decentes (mejor no profundicemos que de todo había) no salían de noche más que en ocasiones señaladas, y los varones, por circunstancias varias, se veían obligados a salir, sin ganas…

Por aquellos locales lo mismo te encontrabas al profesor, el albañil, el doctor, el artista e incluso el juez y el policía. Y ¿por qué no?, tomar una copa no era ni es delito; se saludaban unos a otros con aparente normalidad, si acaso cuando alguno estaba acompañado de una señorita el resto por discreción evitaba saludarlo. El caso es que las relaciones que se establecían entre parroquianos y trabajadoras eran de lo más variopinto.

Me hablan de amistades sinceras, incluso alguna historia de amor; pero sobre todo muchas ganas de divertirse en unos tiempos complicados. ¡Bueno!, algunos le llamaban divertirse a cualquier cosa. Mi añorado amigo Andrés me contaba como las despedidas de soltero de los jóvenes del Puente incluían en el programa ir al “barrio” a montar camorra (la noche antes de su boda montaron una, que durmieron en comisaría). Otro, no hace mucho, me confesaba que muchos clientes solamente iban a tomar copas, que como mucho a las chicas les calentaban la oreja y nada más. Uno incluso me reconoció que en el Patio Andaluz (otra zona pero el mismo ambiente) había aprendido a bailar para poder “sacar” a su novia en las fiestas, con la ayuda de una chica a la que aún hoy saluda y respeta.

Inmortalizó Blanco Amor en su "A esmorga", la casa de la Monfortina, la Zorrita y la Nono, donde sus buenos servicios prestaban damas como la Viguesa, la Costilleta y la Cúpatras, a quienes supongo personajes reales, como real era aquella Zazá que, según mi amigo Andrés (que pena que nos dejara), amargamente se quejaba. Ella tenía ya una avanzada edad, con lo cual solo los muy jóvenes con pocos recursos económicos reclamaban sus servicios, y de ahí su célebre frase: “Como andará a miña co… nas mans destes rapaces”… (con perdón).

Dejemos el tema por hoy que ya lo retomaremos en otras ocasiones, enjundia tiene para dar y tomar (¡uy! que poco afortunada la frase, pero bueno…)

La fotografía de hoy aparentemente dice poco, pero los nostálgicos seguro que sabrán valorarla. El Paraíso fue uno de los locales más emblemáticos de la plaza de la Herrería; además de ostentar el titulo de ser el primer local de la ciudad en abrirse con el epígrafe de "bar especial". Eso ocurrió en el año 1967, y su propietaria era la famosa Maximina “La Abuela”. Las fotografías he tenido que modificarlas, pero es que no procede poner caras, y si no que le pregunten al amigo Car…

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