El recuerdo de aquel “Bar Miño”, que fue centro de vida social ourensana

Alguna vez he citado aquí la famosa frase del urbanista “Le Corbusier”, quien decía que la ciudad es el espacio donde uno se reconoce, no sólo por la gente que encuentras en la calle, sino por los bares, las tiendas y todos los lugares donde se desarrolla la vida cotidiana. En la medida en que desparecen o cambian algunos de estos referentes, la vida social urbana cambia y no precisamente para bien. Uno de esos lugares que yo echo de menos cuando voy a Ourense es el “Café Miño”, que era uno de los focos de esa vida social, estratégicamente ubicado en la calle del Paseo, y que en verano desplegaba aquellas agradables y concurridas terrazas. El 27 de mayo de 1980, el “Miño” echó el cierre, luego de una extensa y cumplida hoja de servicios y de haber sufrido diversas y no muy conocidas transformaciones, si bien fue sobre todo lugar de reposo y tertulia, donde al mediodía, junto a uno de sus ventanales se encontraba uno a don Ramón Otero Pedrayo, siempre acompañado de algún amigo. Y menos mal si el edificio no fue derribado como se llegó a temer en su momento como acción inminente. En aquella calle llamada entonces de Paz Novoa (y que nunca llamamos de José Antonio, sino del Paseo, los de Ourense, pese a su nuevo nombre oficial) se levantara, a finales del siglo XIX, aquel noble edificio que aparte del bar habría de albergar un hotel. En realidad, lo que luego sería cafetería era parte del hotel, como restaurante. Luego, esta parte del edificio fue adquirido por un inversor catalán, de apellido Codina, que lo dedicó a bar y restaurante, en el que tocaba una orquestina. Estamos en 1943. El local pasó por varias manos hasta que el hotel y el bar fue adquirido por Julio Alonso Losada. Hay un interesante episodio que tuvo una enorme repercusión en que el “Miño” adquiriera otra dimensión, ya que al cerrarse el “Roma”, las tertulias que se celebraban en este establecimiento buscaron cobijo en aquellas amplias salas. Otras se acomodaron en “El parque” y otras se esfumaron. Ya en tiempos más cercanos, Carlos Casares capitaneaba una de aquellas reuniones intelectuales y el café era lugar de cita y de encuentro de no pocas inquietudes culturales y políticas, con alertadoras esperanzas de un futuro lejano, muy lejano todavía. Sobre todo, en verano, cuando solían venir por Ourense compañías de teatro o la salida del cine Losada, era costumbre instalarse en las terrazas del Miño, para disfrutar de la cálida noche ourensana. En mi época de periodista radiofónico, como solía ir a entrevistar a los actores y actrices, muchas veces, al final de la función, departía con ellos sentados en aquellas terrazas. Así recuerdo haberme sentado allí con Luis Prendes, Maruchi Fresno y otras notables figuras de la escena en aquellos finales años sesenta. Cuando cerró el “Miño” nos quedó por un tiempo “El Cortijo” y poco a poco aquella calle querida se fue despoblando de elementos de referencia (donde ya causara baja “La Bilbaína”), esa referencia que decía “Le Corbusier” como la “Ibense” y otra serie de cafés de la misma zona, y la plaza de Eugenio Montes, alguno famoso por sus timbas. Debo confesar que como nos ocurre a los sentimentales echamos de menos aquellos lugares gratos donde pasamos momentos felices. El café-bar “Miño” fue uno de ellos. Han pasado 42 años desde que cerró, y dos generaciones de ourensanos no conocieron aquel bar ni aquella ciudad, ni aquel paseo, ni aquel ambiente. Cuando voy por Ourense, patria de mi adolescencia y juventud, al recorrer aquellos espacios tan recorridos por las chicas y los chavales de entonces, me paro donde estuviera “La Bilbaína”, o el “Auria” o el “Miño” y el “Cortijo”, y la “Ibense” o todos esos lugares que formaron parte de nuestra propia geografía, de una ciudad querida, lejana, diferente y, en tantos aspectos, mejor. O eso creo yo.