La parroquia pontevedresa disfrutó de una de las celebraciones más concurridas de los últimos años

Seis ataúdes en la romería de Santa Marta de Ribarteme

La frontera entre la vida y la muerte es un frágil hilo que pierde sus contornos, que se desdibuja y difumina en el sentimiento colectivo de los gallegos, tierra que ahonda en sus raíces celtas, donde el culto al Más Allá, al Alén, forma parte de su ADN. Aún perviven en la memoria las historias de aparecidos, de la Santa Compaña, de almas que marchan en pena hasta santuarios que no visitaron de vivas.
Esta exaltación de la muerte, del tránsito afortunadamente no realizado gracias, quizás, a la intercesión divina, sigue presente más que nunca en Ribarteme, pequeña parroquia del municipio de As Neves situada en medio de un monte dominado por 'carballeiras'. Hasta el Santuario de Santa Marta se desplazaron miles de personas que quisieron seguir la 'Romaxe dos cadaleitos', la romería de los ataúdes que se celebra cada 29 de julio y que es una de las pocas de este tipo que aún perviven en Galicia.

Puede que en estos tiempos de crisis el hombre se aferre más que nunca a su fe para dar un sentido a los golpes duros que da la vida. El caso es que Santa Marta de Ribarteme reunió en esta ocasión hasta seis ataúdes de 'ofrecidos', un número que hacía años que no se veía, así como a numerosos oferentes vestidos con mortajas y miles de fieles.

'Veño todos os anos, por min e pola miña filla. Santa Marta valeume a vida, e á miña filla tamén', comentaba Delfina Cerqueira, una vecina de Ponteareas, mientras esperaba a entrar en la pequeña iglesia. Dentro, contra uno de los laterales, aguardaban los féretros dispuestos para la procesión. A su lado estaba José Santos, de San Cibrán de Ribarteme, quien momentos después se subiría a uno de ellos para realizar la más de una hora de trayecto que dura la procesión alrededor del campo de la fiesta y del atrio de la iglesia. 'Es la primera vez que me ofrezco. Lo hago por un hijo que tuvo dos infartos cerebrales y numerosas operaciones.

La experiencia es muy dura y espero no tener que volver a hacerlo', afirmó tras la procesión, en la que estuvo acompañado por su familia, incluido su propio hijo, David, todos ataviados con mortajas.

Detrás de cada 'ofrecido' hay historias de dolor, de enfermedad y de recuperaciones que parecían imposibles; historias que en muchos casos se prefieren silenciar. 'Este año vienen un vecino de Ponteareas, uno de As Neves, otro de Tui y dos de Sevilla, aunque una con raíces gallegas, que ya se interesaron en Semana Santa para reservar el ataúd. Otro es inglés', indicaba Marta Domínguez, sacristán de este pequeño templo, un oficio que le viene de tradición familiar.

La procesión, con las imágenes de Santa Marta, San Benito y la Virgen del Carmen, partió cerca ya de la una de la tarde, tras la misa celebrada en un campo anexo a la iglesia. El ritmo de la comitiva, con los seis féretros ocupados, fue lento, como un dolor silencioso, solo roto por los sones de la banda de música y el repicar de campanas en los momentos más significativos de este acto. No hubo 'cantores' que recitasen el 'Virxen Santa Marta, estrela do Norte, traémosche os que viron a morte', como se hacía antaño, pero sí muchos penitentes descalzos y dos mujeres que recorrieron de rodillas un camino de tierra y asfalto.

El tiempo benefició la marcha y, aunque por momentos lució un sol de justicia, la sombra de los árboles resguardó a los 'ofrecidos' en muchas partes del trayecto. Los penitentes sufrieron, a tenor de la expresión de sus rostros, pero todos finalizaron su promesa.

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