Hemos aprendido

En los últimos años hemos aprendido muchas cosas. De cómo un virus ha sido capaz de poner en jaque a la humanidad. Que como consecuencia de dicha pandemia, hemos aprendido cómo el uso de las mascarillas se hizo habitual entre nosotros. De los chistes iniciales, cuando ridiculizábamos a nuestros prójimos embozados en China y Japón, pasamos mayormente a la responsabilidad, la obediencia y la resignación. Ahora, mientras el paso del tiempo nos ha hecho perder ciertamente la perspectiva, hay quien propone el final de su obligatoriedad en interiores, a pesar de que el SARS-CoV-2 se trasmite por aerosoles y mayoritariamente en lugares poco ventilados.

Hemos aprendido, a pesar de algunas reticencias, que las vacunas son útiles en la prevención de las enfermedades contagiosas, una realidad contrastada durante décadas de inmunizaciones colectivas frente a sarampión, poliomielitis, difteria, paperas, meningitis, gastroenteritis, tétanos, tosferina y hepatitis, por ejemplo. Hemos aprendido que un sistema inmune sano resulta fundamental para combatir las patologías infecciosas, y que unas defensas debilitadas empeoran notablemente el pronóstico de los pacientes. Hemos aprendido que los confinamientos y la contención en los contactos sociales salvan vidas. ¿Cuántas? Los expertos no se ponen de acuerdo en la cifra exacta, pero sí en el valor general de estas medidas. Nada novedosas, por cierto, pues así se defendían nuestros antepasados de las epidemias, cuando vacunas y antibióticos eran una utopía. 

Hemos aprendido que ninguna medida preventiva resulta gratuita, y que nuestra sociedad del bienestar ha padecido insomnio e incómodas pesadillas. Quizás no tuviéramos adecuado nuestro nivel de tolerancia a la frustración. El consumo de ansiolíticos y antidepresivos se ha disparado, especialmente en España. Hemos aprendido cómo el miedo y la ignorancia son casi tan dañinos como los virus, y que en situaciones de estrés colectivo, primero brota la solidaridad, luego la indiferencia, seguidas del hastío, la agresividad y el egoísmo. Primero son mis dientes que mis parientes, asegura el refrán. Y nuestros dientes son nuestros culos y estómagos; por ello hicimos acopio irracional de papel higiénico y aceite de girasol. 

Hemos aprendido que el covid-19 es una enfermedad asociada a una mortalidad determinada, como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, y que debemos asumir un determinado número de bajas, mayoritariamente entre los más frágiles y enfermos, porque ninguna guerra es aséptica y siempre deja víctimas, sea el enemigo poderoso y armado hasta los dientes, sea un pequeña forma de vida prácticamente invisible, que necesita de nosotros para sobrevivir y reproducirse.

Hemos aprendido que para muchos humanos nuestras mascotas son miembros más de la familia, de cómo cuando nos toca escapar del horror y la devastación, jamás renunciamos a su evacuación y amparo. Hemos aprendido que las mascarillas, las vacunas, los equipos de protección y las unidades de cuidados intensivos cuestan dinero, y que durante años tendremos que seguir pagando estas facturas. Realmente ¿lo hemos aprendido?

Te puede interesar