Cartas al director

Entre estas nubes, aquel sol de infancia

“La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca”

 (Mario Benedetti).


Tanta lluvia que no cesa, que me hace buscar el sol, un sol que se hace de rogar. Me consuela el saber que por mucho que se empeñen estos días de gris plúmbeo, no me podrán robar el sol que atesoro en el baúl de los recuerdos infantiles. Aquel sol que nos bañaba de luz y calor en el amplio patio de recreo de la Escuela Manuel Bonilla, en La Lima, en la República de Honduras.

Luz y calor que osaba penetrar por las ventanas del aula, en la que impartía docencia la señorita Montoya. Enseñanza totalmente laica. Como en muchos lugares de América Latina, la evangelización católica llevada a cabo por los castellanos durante la conquista fue de modo, en la mayoría de las veces, cruel. Me quedó grabado en la memoria, cuando Montoya nos relataba el castigo gota a gota, hasta trepanar el cráneo del indígena que se negaba a convertirse a la fe católica. Inmovilizado de pie, en una minúscula celda, recibía las gotas sobre su cabeza a través de un agujero del techo. ¿Por qué al citarlo fijó su mirada en mí?

No podía creerme tanta crueldad. ¿Era parte tal episodio de la llamada Leyenda Negra que se atribuía a España en la conquista de aquel Nuevo Continente? Más lo que no es leyenda es la historiografía documentada. Ya en mi senectud española, no olvidando aquella infancia hondureña y posterior madurez corta en México, pude dar cuenta de aquella evangelización católica en Mesoamérica. Fue a través de la lectura del “Requerimiento que se ha de leer a los indios”. Está contenido en el “Cedulario Indiano” encargado en 1581 por el Consejo de Indias a Diego de Encinas, publicado en 1581. Transcribo la parte dirigida a quienes no acataban tal requerimiento evangelizador: “Si no lo hiciérades, o en ello dilación maliciosamente pusiéredes, certficoos que con ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos sujetaré el yugo y obidiencia de la Iglesia y de sus Altezas, y tomaré vuestras personas y vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y disporné dellos como su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos haré todos los males e daños que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen. Y protesto que las muertes y daños que pudiere, dello se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de sus Altezas, ni mía, ni destos caballeros que conmigo vinieron” (Recogido de Agencia Estatal del BOE, 2018).

Esta sombra sobrevenida por esta nube histórica no ha de empañar aquel sol de mi infancia, a la luz de mis recuerdos necesarios para sobrevivir en esta senectud anegada de aguas mil.