Cartas al director

Retales Aztecas: Cuauhtémoc, el último tlatoani

“He venido a buscar oro, no a labrar la tierra como un campesino”

 (Hernán Cortés, al escribiente de la Isla de La Española, a su llegada a ésta)

Y con esa idea el conquistador extremeño partió rumbo a Veracruz, para tomar las tierras del Anáhuac del poderoso Imperio Azteca. Lo regía, entonces, Monctezuma, quien sucumbió ante las huestes castellanas. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a la insurgencia del tlatoani Cuauhtémoc. Un personaje que le harán recordar con rencor a un español que visite o resida en México. Tuve que escucharlo durante diez años de mi extrañamiento en México. Tlatoani, vencido, apresado, torturado con aceite hirviendo en los pies, por negarse a revelar el lugar del oro escondido de Monctezuma. Finalmente ahorcado durante el viaje de Cortés a Honduras.

“Verdaderamente yo tuve gran lástima de Guautemuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores, y aun ellos me hacían honra en el camino de cosas que me ofrecían en especial darme algunos indios para traer yerba para mi caballo. Fue esta muerte que les dieron muy injustamente, y pareció mal a todos los que íbamos” (Bernal Díaz del Castillo, “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”). La muerte del tlatoani, tras cinco años preso, tiene lugar camino de Honduras para sofocar la rebelión de Cristóbal de Olid.  Cortés le obligó a acompañarle, no fuese a provocar nueva insurgencia en Tenochtitlán. Temiendo que Cuauhtémoc decidiese traicionarle en el camino mandó ahorcarle.

Hoy, Cuauhtémoc es un prócer para los mexicanos. Su estatua preside el emblemático cruce de Avenida Insurgentes y Paseo de la Reforma en México, D.F. Cada 28 de febrero, como homenaje a conmemorar su muerte, la bandera mexicana ondea a media asta en todo el país. El culto a su figura se plasma hasta en la literatura mexicana. El erudito mexicano Francisco Sosa Escalante (1848-1925), le dedica un poema de exaltación: “Cuando el imperio por Tenoch fundado/ miró llegar desde el lejano oriente/ como tremenda tempestad rugiente/ al invasor inicuo y desalmado./ De patriotismo y de valor dechado/ con sed de gloria y entusiasmo ardiente,/ sublime de opusiste a aquel torrente/ y Anáhuac tuvo su mejor soldado./ ¡Oh prócer inmortal como fulgura/ tu nombre ilustre, de la patria gloria/ tan grande cual tu propia desventura.!/ Los siglos al paso de tu memoria/ no el brillo opaco, porque eterno dura/ el libro sacrosanto de la historia”.

Frente a la demonización de Cortés, Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990, y Premio Cervantes 1981, reflexiona: “Cortés divide a los mexicanos, envenena a las almas y alimenta rencores anacrónicos y absurdos. El mito nos impide vernos en nuestro pasado y, sobre todo, nos impide la reconciliación de México con su otra mitad”. Más, ese mito histórico  aun persiste en las escuelas, en las soflamas patrióticas cada 15 de septiembre. ¿Hasta cuándo?