Cartas al director

La vida es sueño... en Europa

La expresión “Europa Fortaleza”, que se ha impuesto en la prensa con intención crítica hacia las políticas inmigratorias de la Unión, en los últimos años parece más actual que nunca: casi mil kilómetros de muros y vallas se han levantado entre distintos países del Viejo Continente, sin hablar de las barreras naturales como cordilleras y mar.

Italia, España y Grecia son puertas de acceso a Europa y los destinos más deseados por migrantes que, empujados por la desesperación y el anhelo de vivir dignamente, emprenden viajes potencialmente mortales. Europa es vista como el destino último, tierra donde esperan que su sueño se cumpla y donde reina la democracia…; pero ¿es realmente así?

No son solo muros físicos los que los migrantes deben superar, sino también, por nombrar solo dos, la larga burocracia y la barrera de los prejuicios.

Algunos pensarán que la mayoría no conseguirá integrarse en las sociedades occidentales porque procede de realidades demasiado diferentes y que, al final, terminará involucrándose con mafias para sobrevivir. Sin embargo, la verdad es que faltan políticas de integración y, como consecuencia, creamos “guetos”.

A dicho respecto, me pregunto: ¿qué derecho tenemos a decidir por los demás o sobre sus vidas? Es como si la tendencia a percibirnos superiores (por ser europeos) se hubiera cristalizado en el imaginario colectivo, motivo por el cual acabamos arrogándonos esa libertad.

¿Un ejemplo? En el debate sobre el uso del velo en las escuelas españolas influyen estereotipos y prejuicios sobre los musulmanes: en muchos casos, mujeres musulmanas escolarizadas en España han sido obligadas a quitarse el hiyab en nombre de la laicidad y de la integración. Parece patético que para ser “inclusivos” tengamos que inhibir los deseos estéticos y culturales de los demás. Las mujeres occidentales usan maquillaje, esmalte de uñas u otros accesorios de belleza; llevan zapatos de tacón alto o prendas de vestir de su agrado: ¿qué tiene de diferente un hiyab? Para concluir, la sociedad occidental no debería tener el derecho de juzgar lo que es apropiado o no para personas que considera diferentes, no solo culturalmente, sino que tendría que apuntar hacia una sola dirección posible: una convivencia pacífica basada en el respeto de toda diversidad.