Chicho Outeiriño
DEAMBULANDO
Paseos, bici y patinete todoterreno
Acabo de leerme el libro “Agustín de Betancourt, un ingeniero entre dos revoluciones” (José A. Martín Pereda, 2024, Real Academia de Ingeniería) y además de volver a visitar la vida de este ilustre ingeniero integral, me ha devuelto a las reflexiones del artículo de Carlos Elías “España, el país de nunca jamás para la Ciencia”, publicado en El Mundo (13 de Mayo de 2022), donde se incide en el escaso o nulo interés de nuestra sociedad en el mundo STEM (Science, Technology, Engineering, Matemathics) que redunda en muchos de nuestros comportamientos (por ejemplo la proliferación de las ‘fake news’ en Ciencia) y especialmente en la poca valoración que tenemos de nuestros grandes hombres y mujeres de la Ciencia y la Ingeniería.
Agustín de Betancourt fue un ingeniero que, en otros muchos países sería distinguido y reconocido por toda la sociedad y que en España es apenas conocido por un sector muy pequeño y próximo al mundo de los ingenieros, especialmente de Caminos. Fue el creador, después de algunos intentos, de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos en 1803. Nació en 1758 en Tenerife, pero muy pronto la isla se le quedó pequeña. Betancourt dejó su impronta y sus desarrollos en muchos lugares de España y, lo que era poco corriente en su época, en Europa. Se le puede considerar un ingeniero integral, porque tocó casi todas las ramas de las ingenierías clásicas, con aportaciones de primer nivel. Con apenas 25 años recibió el encargo de analizar y proponer soluciones para mejorar el funcionamiento de las minas de Almaden. El informe permitió mejoras sustanciales en la mina, y hoy es un referente para conocer muchos aspectos de la tecnología minera de aquella época. Tuvo una incursión ese mismo año en la Ingeniería Aeronáutica desarrollando, casi al mismo tiempo que los hermanos Montgolfier, globos aerostáticos capaces de volar. Y en la ingeniería de telecomunicaciones, inventando un “telegrafo óptico” en los años 90 (que trató de implementar en Inglaterra, Francia y España, funcionando unos pocos años).
No se callaba nada y fue moviéndose de un lugar a otro, en la mayoría de las ocasiones, por incomodar a algún personaje poderoso, como por ejemplo Godoy.
Pero si podemos destacar algo de la obra de Betancourt fue su actividad como ingeniero industrial, arquitecto, urbanista e ingeniero de caminos. Entre dos revoluciones, supo absorber innumerables avances que tenían que ver con la revolución industrial, pero además sufrió y vivió muchos de los cambios que se produjeron en la Revolución Francesa, que vivió en primera persona. Además de inventor e implantador de soluciones tecnológicas vinculadas a todo tipo de procesos y artilugios industriales como hornos, calderas, telares,… fue desarrollando toda esa actividad en España, Francia, Inglaterra y finalmente en Rusia. No se callaba nada y fue moviéndose de un lugar a otro, en la mayoría de las ocasiones, por incomodar a algún personaje poderoso, como por ejemplo Godoy. Además, Betancourt fue un excelente pintor y tuvo una etapa de empresario. Pero donde desarrolló gran parte de su genio y potencial como ingeniero, fue en Rusia. Cuando llegó a Rusia sintió la misma sensación que cuando volvía a España desde Francia o Inglaterra, la de encontrarse un país muy atrasado. En poco tiempo alcanzó gran relevancia, ocupando el puesto de Teniente General. Revolucionó las comunicaciones y la enseñanza de ingeniería. Dejó su huella en el desarrollo de todo tipo de infraestructuras (puertos, puentes, canales, comunicaciones). También como arquitecto (Catedral de San Isaac, en San Petersburgo). En el año 1823, tras algunas desavenencias con el Zar Alejandro I, se retiró, muriendo un año después. Cambió muchos conceptos de lo que es la ingeniería en toda Europa y dejó una ingente obra.
Fue enterrado con honores en San Petersburgo y, ya en periodo de la URSS, se creó un cementerio para alojar a todos artistas y científicos ilustres (la “necrópolis de los maestros del arte”), donde fue trasladado junto a Dostoievski, Borodin y Euler, entre otros ilustres. Si Betancourt hubiera sido francés, estaría enterrado en el Panteón de Paris, y si hubiera sido británico en la Abadía de Westminster. Pero fue español, y en su patria apenas es conocido, el país de nunca jamás que no es capaz de valorar y reconocer el mérito de nuestros científicos e ingenieros.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
Lo último
La Región
CARTAS AL DIRECTOR
Agradecimiento por la ayuda en un accidente
CONCURSO POSTAIS DE NADAL
Creatividade e memoria no Nadal de Ourense
BELENES QUE INSPIRAN MAGIA
La artesanía comarcal se exhibe a través de sus imaginativos belenes