Opinión

Querida Bélgica

     Dicen que las naciones, en sus periplos,

sufren y ríen tanto como  los

particulares en sus vidillas descontables. A los reyes y a  presidentes únicos como el llorado Pertini de

Italia les gusta  considerarse

padres  del gran rebaño nacional. Pasa

desde Luis XIV de  Francia hasta Juan

Carlos I de España, Ceuta, Melilla y parte de  América.

     Las

penas belgas se están consumando y el rey de Bélgica puede  quedarse sin trabajo en cualquier momento. No

es un padre común sino  un regalo de

bodas recibido con división de opiniones, aunque para  muchos belgas era una mentira tan bonita como

la familia Trapp o la  Navidad . Los

balcones belgas, inventados para contemplar caer la  lluvia de las nubes, se han llenado estos

meses de banderas  nacionales, las bandas

negra, amarilla y roja que animan a Justine  Henin en las canchas de tenis del planeta.

Justine es la única  representante belga

que mantiene a raya a los enemigos, y eso a  condición de que, como en los torneos

antiguos, la desafíen de uno en  uno.

     Hay

otros belgas poderosos: el sanguinario cruzado Godofredo de  Bouillon que campa en una plaza de Bruselas

vecina a otra plaza  edificada por el rey

Leopoldo,  primer genocida moderno, el

caudillo  antiguo Ambiorix que trajo en

jaque a los romanos, o el gimnasta  JeanClaude

Van Damme, que da mamporros con argumentos cursis en  todos los cineclubs. Otros belgas han ideado

diabluras en química, en  fotografía y en

genética, modos de adoración de la luz e interiores  de ensueño. 

Han imaginado a Tintín, un gran cosmopolita local.

 Tuvieron a una monja que grabó muchos discos y

sonreía sin parar. En  un bosque belga se

escribió el Kempis.

     Pero

afortunadamente Bélgica no es una gran potencia. El patrón de  Bruselas es un monigote que orina en público

apuntando su pito  pequeño  entre escaparates de encajes y olor a

bombones y a fritanga.

 Todo aquí es pequeño. También lo era el

matrimonio forzado entre  flamencos y

valones que en los últimos meses se ha descompuesto como  cualquier matrimonio estadístico. El más

vendido de los novelistas  belgas,

Georges Simenon, describió en El gato' la descomposición  odiosa, mezquina, imparable, de un matrimonio

de la zona. Un huso  horario de  ideas, sentimientos y futuro confusos.

     En

ningún sitio es más falso que en Bélgica el tópico de que un  país tiene los políticos que se merece. Los

políticos belgas son, por  poner un

ejemplo, tan torpes como los españoles. Su única ventaja es  habitar una tierra civilizada, o simplemente

cansada. Su desventaja,  haber vivido a

trasmano, ser una región de servicios y no de ideales  como España. Frente a los caprichos de la

meteorología, los políticos  belgas no

saben ni abrir el paraguas. El país es tan urbano que no se  indigna, se limita a ponerse melancólico.

Justine Henin ganó el  master de Madrid.

Es la número uno.

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