Opinión

CAMINANDO EL CAMINO: HACIA SANTIAGO DE COMPOSTELA (VI)

Alo largo del camino hacia Santiago de Compostela surgían inusitados milagros que el viadante, fiel a la versión oral que cundía de boca en boca, confirmaba lo oído como acaecido, pasando a ser venerado y cifrado como historia. La fantasía popular adornaba, entretejía, extendía y hasta confirmaba con señales físicas y exvotos el hecho narrado. Tal fue, por ejemplo, el milagro V que presenta el Liber Sancti Jacobi cuya versión francesa cambia al ser difundida en los entornos del famoso monasterio de Santo Domingo de la Calzada. Una joven moza, rechazada por un atractivo joven que formaba parte de una virtuosa familia de peregrinos, acusa a éste de robar a un hostelero. Es juzgado y condenado a la horca, obligando a los padres a seguir, cabizbajos, entristecidos y humillados, el camino hacia Santiago.


Una vez de vuelta, y pasados los treinta seis días desde el nefasto accidente, desean recuperar el cadáver del hijo para darle digna sepultura en sus lejanas tierras. Quedan sorprendidos, y no menos asombrados, al saber que el hijo, inocente del crimen de que fue acusado, estuvo todo aquel tiempo dulcemente sostenido en la horca, en brazos del Apóstol. La admiración ante tal hecho se duplicó, a modo de epílogo, en otro gran milagro. Los padres se dirigen al juez para que les permita bajar a su hijo de la horca y, una vez ante el magistrado, éste les comunica la imposibilidad de tal milagro. Más aún: Afirma rotundamente en el momento en que se disponía a comer unas aves, que tal hecho era tan imposible como el que las aves, ya cocinadas y servidas, y a punto de ser manducadas, se tornaran en vivas.


Una vez más, la maravilla se cumple. Una blanca gallina y un blanco gallo saltaron, revoloteando, vivaces, del plato del ilustre magistrado. La historia semeja las muchas relatadas en 'Cien años de soledad' de García Márquez, donde el realismo mágico o el mágico realismo tuvo ya lejanas versiones en la continua transmutación de la versión oral de una anécdota en verdad hagiográfica, imaginativamente constatada. Porque los peregrinos, ya en los aledaños del gran monasterio de Santo Domingo de la Calzada, tendrían noticia del venerado milagro, trasmitido oralmente, adornándolo en sus variantes, e incluso intensificando la trama de los sucesos. La joven desdeñada por el galán atractivo, la venganza a base de una falsa acusación, el castigo y la milagrosa prueba de la inocencia, se fijó en el imaginario de los peregrinos como un ejemplo de la divina protección. El camino hacia Santiago de Compostela se compartía con historias milagrosas que se creían verídicas. Santificaban el caminar como un acto demiúrgico, espiritual.


Lo confirmaba otro echo insólito. Allá en lo alto, ya dentro de la iglesia de Santo Domingo de la Calzada, el peregrino podría observar, colgada de las bóvedas de la famosa iglesia, una jaula que contenía una pareja de aves blancas. Era la más cándida prueba del venerado prodigio. Cundía el asombro. Las aves confirmaban que lo oído tuvo lugar. Y a modo de venerado souvenir, los peregrinos eran obsequiados con una plumas blancas que alegremente lucían en sus sombreros. Cuadros, retablos, textos, como bien afirma el gran estudioso del arte religioso medieval, Émile Mâle, confirmaban las historias milagrosas. No menos lo hacían la retahíla de romances, canciones e historietas. Los lúdicos juglares, de variada procedencia, harían las delicias de los peregrinos con sus habilidades literarias, musicales e histriónicas.


El iter francigenus («camino francés») aunó y hasta difundió maravillosas fantasías, leyendas y noveladas intrigas milagreras. El caminar se hacía cuento y canto y, en el intercambio de gentes y lenguas, se fue fraguando una espacio que, a modo de camino, confirmaba una creencia que unía el camino terrenal con el del más allá, accesible y no menos real.

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