Opinión

La derecha norteamericana y obama

Es tal vez el camaleón el reptil que mejor representa, en su fácil adaptación al espacio ambiental en que se mueve (cambia de color con inusitada ligereza), los vaivenes y cambios ideológicos de los intrigantes políticos y de los partidos que representan. En Estados Unidos como en España, cada vez más cercana a las formas de vivir del yanqui desdeñado (vestimenta, música, alimentación ?Starbucks, MacDonalds, Burger King?, cine, literatura, planificación urbana, tecnologías), los aires políticos cambian con inusitada frecuencia. Motivados, tal vez, por la frecuencia de las elecciones primarias y de las presidenciales (cada cuatro años), por las profundas diferencias ideológicas y por el oportunismo político. El famoso eslogan de Obama, '¡Sí, podemos!' (¡'Yes, We can!') lo ha transformado la oposición republicana en un lapidario '¡Hell, No!'! ('¡No, demonios!'), en un ciego afán de obstruir y de impedir que cualquiera legislación que presenten los demócratas sea aprobada, pese a que la ley propuesta tenga sentido, sea urgente y necesaria.


Tal es la actual postura del partido republicano, liderado por las veleidades de la dama Sarah Palin. Su discurso, al aire que mejor le convenga, destaca el ataque ad hominem y la descalificación. De hecho, la popularidad de Barack Obama, pese a lograr la aprobación de su reforma sanitaria (un hito no logrado previamente), está en las últimas encuestas por debajo del 50%. Y pese a su afán en reconciliar las posturas radicales de los adversarios, la obstrucción de éstos a cualquier programa legislativo es, creen, la mejor política. El 60% de la población opina que el país va por mal camino. Y en las próximas elecciones de noviembre es posible que los demócratas pierdan la mayoría en la Cámara de los Representantes. Los fallos de Obama, en boca de los republicanos, es el alto déficit, el incremento de puestos gubernamentales (causados ambos por la administración previa de George Bush), un programa sanitario de elevado coste, una subida de impuestos a los más ricos, una guerra (Afganistán) que no se gana.


Los nuevos doctrinarios de la derecha norteamericana están en contra del inmigrante; son devotos lectores de la Biblia, abogan por el derecho a ir armados sin restricción del tipo de armas, y viven ubicados en las grandezas que la Divinidad ha conferido a su América. Y que se han de afirmar y defender con un poderoso programa de defensa militar. La misma cantinela pero carente de soluciones pragmáticas. Dos bandos diferencian radicalmente a la derecha norteamericana: la moderada y la radical, aireada ésta por el canal de noticias Fox. El corte de los gastos en los programas de defensa lo equiparan a una rendición, y el incremento de impuestos a los adinerados a un acto malvado. Estaban en contra de que el Estado haya resuelto la liquidez de los banco, y se oponen a que una ley más severa regule la actividad financiera.


Más aún: Obama heredó una economía en ruinas que trata de solventar y el partido de su predecesor se destacó por obstruir cualquier tipo de legislación: en contra del programa para incentivar la economía, en contra de la reforma sanitaria, en contra de la regulación de las finanzas, en contra de que el gobierno aliviase las necesidades de los más necesitados. Abogan por el derecho a ser libres, y por la nula interferencia del Estado en la vida de cada ciudadano. Tal ideología y sus miembros ya tienen un nombre: el partido del té (The Tea Party) en recuerdo de aquel memorable dieciséis de diciembre de 1773 en que los colonos de Boston arrojaron a la bahía los fardos de té procedentes de Gran Bretaña, negándose a pagar impuestos al Imperio en vez de a quienes los representaban, elegidos democráticamente.


Tal revuelta dio pábulo a la independencia del país, y se ha convertido en un venerado icono de la protesta política; ahora de la extrema derecha norteamericana, conservadora, patriotera, imperial. La respuesta al Tea Party ha sido el Coffe Party en apoyo al programa legislativo abanderado por Obama. El te y el café han pasado a simbolizar no sólo ideologías y programas políticos encontrados, sino también clases sociales, historia, prácticas culinarias y claras diferencias étnicas y sociológicas; dos grávidas metáforas del reciente acontecer político en Yaquiilandia.

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