Opinión

GARCÍA LORCA VUELVE A NUEVA YORK

Durante mis años en Columbia University, camino del aula en Hamilton Hall, pasaba con frecuencia por delante de la residencia de estudiantes John Jay Hall, situada en un extremo de Morningside Heights, entre la Calle 14 y Amsterdam Avenue. La residencia lleva el nombre del presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos quien, en 1674, se graduó de dicha universidad. Construida entre 1925 y 1929 es menciona por ser la residencia de Federico García Lorca. También residió en ella el monje trapense Thomas Merton. En su clásico libro The Seven Storey Mountain la describe de ruidosa y sumamente activa. En 1967 un grupo de estudiantes ocupó su lobby en protesta contra la guerra de Vietnam. Fue la mecha inicial que terminó, en 1968, con largas y penosas manifestaciones y con la ocupación de varios edificios, incluyendo el rectorado. La universidad quedó muy tocada. El debate académico e intelectual, propio de una universidad seria, se relegó, de acuerdo con Allam Bloom, profesor de la Universidad de Chicago, a un liberalismo extremo y a su political correctness. Columbia University se vio obligada a tener en cuenta a la comunidad vecina: el extenso barrio de Harlem


Desde los últimos pisos de la residencia, en el alto de la planicie de Columbia University, se domina Harlem, allá en el fondo, separado por un parque en pendiente: el Monrnigside Park, en mis tiempos lleno de arbustos, malezas y robustos olmos. Era como el espacio fronterizo entre Columbia y el empobrecido y ruidoso barrio al fondo. Los edificios de ladrillos ennegrecidos, sus tejados respirando polvo de carboncillo, el griterío de las gentes de color, empobrecidas, niños harapientos, traumatizaron a García Lorca. Residió nueve meses en la residencia John Jay Hall, entre 1629 y 1630. La vista sobre Harlem era inmejorable. Eran los años duros de la Depresión y de la caída en picado de la bolsa norteamericana. Coincidió su estancia con el fatídico año del crack. Cundía la falta de trabajo y, sobre todo, la carencia de cobertura económica por desempleo. Lorca quedaría aturdido ante tanta injusticia social. Le dio voz en un libro con una larga y contenciosa polémica literaria: Poeta en Nueva York. No es fácil desentrañar las múltiples ramificaciones de sus significados: incoherencia, voces truncadas, asociaciones surrealistas, símbolos invertidos, desgarro sintáctico, versos libres, encadenados, dialógicos.


Con ocasión del cincuentenario de Poeta en Nueva York, la Fundación Federico García Lorca, en asociación con la Acción Cultura Española exponen el manuscrito en la Biblioteca Pública de Nueva York (The New York Public Library). Y se celebrará en torno al manuscrito el festival 'Lorca en Nueva York: una celebración'. Mesas redondas, conferencias, encuentros de poetas hispanos, charlas, ponencias de ilustres especialistas, representaciones (Tragedia de don Cristóbal y la señora Rosita) formarán parte del homenaje. Concluirá con una placa conmemorativa en la Universidad de Columbia y, como broche de oro, con un concierto homenaje de Patti Smith, celebrando el 5 de junio el cumpleaños de García Lorca. Participará también el insigne poeta Paul Auster.


La traducción en inglés (The Poet in New York), vio la luz en 1940, a los pocos años de ser escrito. Al lado del manuscrito, y a modo de una espiral de referencias e intertextos, dos manuscritos que influyeron el trazado de Poeta en Nueva York: Leaves of Grass de Walt Whitman y Waste Land de T. S. Eliot. En su 'Oda a Walt Whitman', Lorca describe un 'Nueva York de cieno / Nueva York de alambres y de muerte'. Imposible resumir. Cunde las imágenes homoeróticas y el contexto socio-económico: 'Quiero que el aire fuerte de la noche más honda / quite flores y letras del arco donde duermes / y un niño negro anuncie a los blancos de oro / la llegada del reino de la espiga'.


Lorca llegó a Nueva York de la mano de Fernando de los Ríos, motivado por una brusca ruptura con Salvador Dalí, a modo de catarsis y cuenta nueva. Y de Nueva York viajó, de la mano del gran antropólogo cubano Fernando Ortiz, a la luz espléndida de La Habana donde dejó un reguero de memorables recuerdos. Uno de ellos, 'Son de negros en Cuba': 'Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba /, iré a Santiago / en un coche de agua negra, / iré a Santiago de Cuba (...)' (Parada de Sil)

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