Opinión

LINGÜISMO Y PLURILINGÜISMO

En la Ribeira Sacra ya estamos en pleno otoño, el conocido estío en las referencias de nuestros clásicos, en los aledaños del camino de Santiago, continuamente transitado ya cunde la neblina en las mañanas musgosas. El aire adquiere una prístina densidad, y un vibrante airecillo, a veces tenue, aturde las hojas más livianas que, en breves giros, caen pausadamente. Los tupidos erizos de los castaños prometen una rica cosecha por estos agros que yo camino, en esta mi aldea, a la caída de la tarde. La uva mencía, por las pendientes de Sacardebois y Cristosende, aún con un suave tono morado, incrementa día a día aroma y azúcar, y ya ennegrecida, pasados los meses, será alivio, consuelo y jolgorio, con las delicias de un vino marcado por su origen sacro y ribereño. A un tiro de piedra, al otro lado del Cañón del Sil, la robusta iglesia de Cadeiras, cuya música festiva deja una cadencia en eco por las oquedades del Cañón. Se conmueven las piedras. Y el gavilán, espantado, se aleja revoloteando, río abajo, hacia los apacibles sotos que bordean el vetusto cenobio de Santa Cristiana. Con razón: Ribeira Sacra.


Y una vez más ya de vuelta del lejano estado de Vermont, en las laderas de las Montañas verdes, no lejos de la cívica Montreal y a tres horas de las robusta ciudad de los bostonianos, sede de ilustres instituciones académicas y de prominentes figuras. La he recorrido muchas veces (Boston). Esta vez, en mi ruta hacia el aeropuerto (Logan), saltaron los signos encuadrados con fondo verde, que acumulaban memorias y experiencias lejanas: Cambridge, Harvard Square, Charles River, Beacon Street, Chinatown, The Commons, y las anchas rayas que sobre el pavimento de la histórica ciudad orientan al viandante a seguir el sendero (liberty trail) que marca los hitos de un país que, hace más de doscientos años, vociferó el grito de libertad (liberty) ante el agresivo colonizador.


Quedaba atrás, a más de trescientos kilómetros, Middlebury College, una institución académica, modelo en la enseñanza de lenguas extranjeras durante sus intensos cursos de verano. Programas de inmersión cultural y lingüística en cada lengua y cultura, prohibiendo a rajatabla el uso del inglés. Se respeta la palabra de honor: el usar durante las veinticuatro horas del día la lengua de estudio. Forma parte del éxito de los programas a nivel nacional e internacional. Se tiene a gala el dominio de varias lenguas. Las perspectivas económicas a la hora de obtener un buen empleo son más halagüeñas para aquéllos que las dominen. El árabe y el chino a la cabeza. Con su dominio se mejora la calidad de ofertas y salarios; se adquiere más movilidad de empleo y, sobre todo, se logra ese diálogo intercultural entre países y gentes. Tal don, bilingüismo, plurilingüísmo, rompe estereotipos, enriquece la percepción de uno mismo en la comparación con la lengua y la cultura ajena y, sobre todo, da carta de ciudadanía culta, en los nuevos espacios globales, a sus ciudadanos.


El plurilingüísmo forma parte del programa educativo de las naciones que velan por el nivel educativo de sus ciudadanos. Rompe fronteras, moviliza ideologías, abre mercados y sitúa a sus ciudadanos en ese coloquio multicultural, desarraigados de nacionalismos miopes y trasnochados, xenófobos, chovinistas, anclados en aturdidas ideologías megalómanas e hipertrofiados y decadentes nacionalismos. Un gran número de universidades norteamericanas exigen a sus estudiantes como requisito para obtener su grado académico el dominio de una segunda lengua. Ya lo exige la escuela secundaria, la públicas y la privada, obligatoria hasta los 18 años.


Porque el futuro y la riqueza de un país está en la formación de sus ciudadanos, en su riqueza humana. Quien no conoce una lengua extrajera, afirmó Goethe con suave parsimonia, no conoce bien la suya propia. Esta existe en cuanto actúa, dialoga, interviene y discurre en un rico contexto de interferencias culturales. El manejo de la lengua del otro, la habilidad de corresponder y de responder al enunciado en lengua ajena, conlleva igualdad y hasta equilibrio de poder. Es la lengua la que habla, afirmó Heidegger. El dominio de una lengua extranjera conlleva, en palabras de George Steiner (After Babel), el habitar y entender otros mundo mediatizados por sus lenguas.

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