Opinión

LA MEMORIA EMIGRANTE: XOSÉ RUBIA BARCIA

Iban los tres sentados en la misma fila: José Luis Pensado, Emilio González López y Xosé Rubia Barcia. Los congresistas, que habían llegado a Santiago de Compostela con motivo del centenario del nacimiento de Rosalía de Castro, se dirigían en autobús a Vigo, invitados por las autoridades del Ayuntamiento, con Francisco Fernández de Riego al frente. Me uní a la conversación animada de los tres destacados académicos. Era como si, después de muchos años, encontrándose de nuevo, quisiesen rememorar una larga historia ya escrita en las arrugas de sus caras. Pelo blanco los tres, andar lento, mirar taciturno, ojos vivarachos, al acecho del recuerdo rebuscado, y de la aquiescencia de quien escucha. Historias de pasos perdidos (Guerra Civil) que obligó a dos de ellos a romper con su tierra en los albores de una brillante juventud. Nunca olvidé aquel viaje. Me conmocionó oír las vicisitudes del que, obligado a dejar su tierra, envuelto en las malditas sombras de ideologías fratricidas, iban cerrando su periplo vital en las lejanía de un exilio nunca merecido.


José Luis Pensado llevaba la voz cantante. El autobús seguía la ruta por la carretera nacional Santiago-Vigo. En breve, el catedrático de Salamanca esbozó sus aportaciones al estudio de la obra del monje benedictino Martín Sarmiento (en parte inédita o mal editada), y sus contribuciones al estudio del léxico gallego, del asturiano-leonés, etimologías, onomástica, lexicografía. Detalló sus viajes a Estados Unidos como profesor visitante en destacadas universidades, y su vida social en la castellana Salamanca, con sus frecuentes escapadas a su Negreira natal. Una de sus hijas, comentó, seguía sus pasos en la misma Facultad. Al amparo de Dámaso Alonso, quien le había dirigido su tesis doctoral, obtuvo su cátedra pasando de la Universidad de Oviedo a la de Salamanca.


No era el caso de los dos gallegos exiliados. González López, coruñés, hijo de un tipógrafo ligado con el movimiento obrero, logró la cátedra de Derecho Penal con apenas treinta años, pasando por la Universidad de Oviedo y de Salamanca. Durante la República ejerció en puestos destacados en el Ministerio de la Gobernación. En 1936 participó en la redacción del Estatuto de Autonomía de Galicia. Ya en Nueva York, fue hilando, a modo de vívida añoranza, las variadas vicisitudes de la historia de Galicia durante los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, llegando a Felipe V, Fernando VII e Isabel II. Dio fin con la Regencia de María Cristina y con la España dividida entre moderados, progresistas y carlistas. La gran Biblioteca Pública de Nueva York fue su fuente de información.


Poco sabía de Xosé Rubia Barcia, diez años mayor que Pensado y once menos que don Emilio. Lo había localizado, ya en Brown University, como director del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de California, en Los Ángeles, conocida por el acrónimo UCLA. Me llegó la noticia de su muerte, años después del viaje en autobús, a través de la circular que Rubén Benítez, director del departamento, en la que anunciaba el fallecimiento. Sentado al lado de la ventanilla, alegre, vivaracho, Rubia Barcia esbozó con gracia y soltura sus andanzas de estudiante de Medicina, después de Derecho y finalmente de Árabe, por las callejas del Zacatín, en Granada, comprometido con la causa republicana. Su dominio de la lengua y literatura árabe medieval se concretó en una tesis doctoral sobre El collar de la paloma, una de las obras maestras del período. Presenció el asesinato de algunos de sus profesores al inicio de la Guerra Civil, logrando saltar desde un campo de concentración en Francia a La Habana donde se consagró como director de teatro, como actor y como dramaturgo.


El salto al profesorado universitario, ya casado con la actriz Eva López, residiendo en Hollywood, previa colaboración con Luis Buñuel en las versiones al español de algunos de sus filmes, le comentaba a sus colegas, fue la manera de recobrar su lejana juventud como estudiante de árabe. Obtuvo el premio José Vasconcelos, que concede el gobierno mejicano, y el prestigioso National Book Award. Una distinguida lista de libros de crítica literaria avalan su labor académica, sin faltar las memorias personales. Uno de ellos: Umbral de sueños. En 1975 volvió a su Ferrol natal con motivo de la muerte de su padre. Un centro cultural lleva su nombre. Tenía razón Baltasar Gracián: a veces los árboles trasplantados dan sus mejores frutos.


(Parada de Sil)

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