Opinión

Cuando de bruces te das

Cuando uno se da de bruces con gentes de no habitual encuentro, o te paras, si muestras de ello dan, o continúas si no, pero uno a veces inclinado a detenerse a la menor demostración del prójimo a hacerlo. Y fue así como me encontré, yo de compra de pan blanco de un Punto llamado Negro, en descenso por esa calle que antes, de Capitán Cortés, ese oficial de la guardia civil rebelde con la República, atrincherado en el santuario de la Cabeza, en Jaén, que lanzó el desafío a los que le cercaban: “La guardia civil muere pero no se rinde”, y que más apropiado para esta rúa el nombre del poeta Celso Emilio Ferreiro, el de a longa noite de pedra que al menos más paz trasmite; pues en este trance de bajada y ellos de subida, me encontré con Ovidio Fernández, el sempiterno presidente de la hostelería ourensana, novedoso en su día con su Río de la Plata, un restaurante de referencia, y que actualmente potencia el hostelero negocio hasta dando ejemplo desde su casa de turismo rural de Drados. Va en compañía de su esposa subiendo calle arriba con ágil paso. En menos que cuenta decirlo, nos paramos, yo para elogiar esa montaña de A Serra do Burgo, donde la aldea de Drados se ubica al amparo de los norteños vientos, que en un tiempo llamada, la sierra, de A Caldeliña, oído por primera vez a José M. Fdez. Anguiano; debe de ser por aquello de algún manantial de aguas medicinales que así por ello denominado el montañoso sistema de eólicos sembrado.

Más tarde un encuentro fortuito con el siempre grato Alfredo Doforno, médico, que como tantos colegas, practicante del ciclismo, acompañado de su consorte, con la que en alguna excursión montañera coincidí. Les hablo sobre un singular vecino de ellos, uno a modo de hippy, solitario, de particular índole, estrafalario, ya ido, que era como una salvaguarda, salvadas las distancias, de aquellos montes por encima de Santa Oxea, de la parroquia de Piñor, San Lorenzo, al que recuerdo seguido de una cohorte de ladrantes y belicosos canes, que no invitaban al paso por camino público. Rústicas cabañas, exotéricas esculturas y algunas rarezas, formaban parte de un escenario de bosque más que encantado, prostituido de pinturas y esculturas.

Besos, después, con una hermana acompañada de amiga y por demás parienta de su marido, que de A Lanzada hace residencia de verano donde de tan hospitalaria abasto daba a hermanos que acudían a verla y por ella agasajados, porque sus cocinas de tan abastecidas podrían enfrentarse a una legión de auto invitados a manteles…que eso éramos nosotros, los a la sazón quince hermanos… pero, para no agobiar, visitantes en cuenta gotas. Virtud heredada, ésta de la hospitalidad, de una madre que solía tener, por inesperados huéspedes también, a esos amigos de mi padre: Failde, Prego, Risco y tantos otros que podían superar la docena… que por un quítame allá esas pajas solían acompañarle para un estival merendar.

Antes departimos, un hermano y yo, con el cx-colega de él, Miguel Echegoyen, recordando la medicina ginecológica que ambos impartían en el Hospital, Chuo ahora, antes Residencia. Peñarrey reparte sus estancias entre Sanxenxo y Ourense, aunque sería mucho decir que a partes iguales, porque más amante del gobierno de las velas mecidas por el viento, al que una carencia de ellas por aquí, tal vez le haga desistir de una más larga permanencia entre nosotros.

En esto me llama Antonio Requeno, que llegaría a industrial, referente en el ramo de carnicerías, que aunque heredado oficio lo fue agrandando y diversificando mientras compatibilizaba algún que otro cargo en cámaras oficiales al comercio ligadas. Requeno siempre me cuenta esas sus vivencias de cuando venía a vender carne a la ciudad, no creo a hombros propios, en su mula después, luego en bici, después en moto… Un vivencial, a caballo entre Sobrado y Bentraces, quien siempre aporta datos y al que conocí en los años 60 intercambiando “chistes” o cómics del Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Flahs Gordon o cualesquiera otros como Hazañas Bélicas, nosotros en muro, impacientes a la espera de ver aparecer su mula en el casi horizonte del Polvorín, de retorno a Sobrado.

Como uno de poco hábito por la llamada Rúa do Paseo nunca deja de sorprenderse que todos jubilados paseantes, cuando en este estadio del ocio te hallas; es como cuando cojeas que ves más cojos que no, o cuando enyesado, a todos de la misma guisa.

Me voy a una tienda de bicis, que el citado hermano a la compra de una eléctrica, que por más utilidad y un poco de moda se está imponiendo, y más, pensando que para salir de la olla ciudadana siempre tendrás que escalar. Así que el vehículo éste se está imponiendo, frente a los de tracción, ahora llamada muscular, aunque esto de bicis musculares no suena bien, me parece.

Yendo desde la rúa Celso Emilio al final de Marcelo Macías, en el paseo Barbaña echo de menos los saludos de aquel vitalista Chelís Tobar, ya ido, y de un paseante habitual dentro de su limitada capacidad, el gran pescador que fue, atleta que también, experto en agricultura, o arboricultura más bien, Daniel González que siempre me decía que los cormoranes son los grandes depredadores de la piscícola fauna del Miño.

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